miércoles, 15 de septiembre de 2010

Escritores

Los escritores las hemos pasado siempre canutas. En todas partes y en todas las épocas.
“El tontiño de Bombeiro se ha quedado sin dineiro”, oí decir una vez en versificada chufla galaica en una taberna de Betanzos (cerca de la Coruña, una de las cuatro provincias gallegas, al noroeste de España). Bombeiro, que compraba y vendía ganado –las mansas vacas rubias de Galicia-, y le iba muy bien, se metió un día a periodista. Y se quedó enseguida sin un duro, siendo hombre de luces y de buen decir, como era.
Remontémonos a otras alturas para recordar que Rudyard Kipling (ilustración) quiso escribir en una ocasión para “The San Francisco Examiner”. El jefe de redacción le pidió unos artículos. Después de leerlos se los devolvió, diciéndole: “Señor Kipling, usted no sabe hacer uso del idioma inglés; así que como ésto no es un jardín de infantes para escritores aficionados, haga el favor de retirarse y no vuelva más por aquí”.
Kipling siguió escribiendo. Le fue muy bien, como se sabe.
Cuando ya era un autor consagrado le regaló el original de un libro a la nurse que había cuidado de su primer hijo. “Tome este escrito –le dijo-. Si un día tiene usted un apuro económico, quizás pueda venderlo y le den algo de dinero”.
Algunos años más tarde la enfermera vendió el manuscrito y con los derechos del libro, ya editado, pudo vivir decorosamente el resto de sus días. Se trataba de El libro de la selva. Si Kipling se lo hubiera llevado personalmente a su editor, seguro que éste lo habría rechazado o, en el mejor de los casos, le habría pagado mucho menos.
Ernest Hemingway dijo en una oportunidad que había que dejar el periodismo a tiempo. El lo dejó, se dedicó por entero a la literatura y llegó a ganar el premio Nobel (1954).
Como no le daba al dinero más importancia de la que tiene, y, además, tuvo bastante, donó el importe del premio –que ya está llegando casi al millón de dólares, entre paréntesis-, al santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Cuba. “Uno no posee verdaderamente nada hasta que no da algo a los demás”, dijo en aquella oportunidad el autor de El viejo y el mar, una excelente novela corta, en nuestra opinión.
Casos como los de Kipling y Hemingway, que ganaron fortuna y honores con las letras y ayudaron económicamente a personas y entidades, no abundan.
Thomas Watson, el dramaturgo más importante y popular durante el reinado de Isabel I de Inglaterra (1853–1603), fue toda su vida pobre de solemnidad. Hoy no existe copia de ninguno de sus trabajos.
Apenas los primeros ejemplares de Madame Bovary ganaron la calle, su autor, Gustave Flaubert fue tachado de pornógrafo y acusado de cometer delitos contra la moral y la religión. A pesar de la censura, el libro se vendió como pan caliente. Pero fueron tantos los disgustos que le acarreó a su autor, que éste lamentó no tener dinero suficiente como para comprar todos los ejemplares de su novela, arrojarlos al fuego y desentenderse de ella para el resto de sus días.
Según los archivos del Liceo de San Luis de París, Emile Zola fue calificado por sus profesores con un cero en Literatura Francesa, otro en alemán y un tercero en Retórica.
Si hubo alguna vez cuentos deliciosos para niños, éstos fueron los de Hans Christian Andersen. Lo mejor que la crítica dijo de ellos es que eran totalmente inadecuados para la mentalidad infantil; más aún, peligrosos.
Azaroso oficio, el de escritor.

© José Luis Alvarez Fermosel

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El mundo del libro

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