sábado, 4 de septiembre de 2010

Novelas y cuentos

Guardo un hermoso recuerdo de la revista literaria Novelas y Cuentos, que aparecía semanalmente en Madrid, años ha, editada por Diana Artes Gráficas. La editorial estaba en la Calle Larra número 6 y luego se mudó al 12, a la vuelta del Café Comercial de la Glorieta de Bilbao.
La revista publicaba en ediciones íntegras, y fidelísimamente traducidas las de autores extranjeros, desde clásicos del Siglo de Oro, como El caballero de Olmedo y la Niña de Plata, de Lope de Vega, hasta obras de excelentes escritores de todo el mundo. No estaban excluídos humoristas españoles como Enrique Jardiel Poncela, Pedro Muñoz Seca, Wenceslao Fernández Flórez, ni otros de otras nacionalidades: Ivan Goncharov, Molière, Alphonse Daudet, Mark Twain…
El formato, en cuadernillo, era grande al principio: de 30 centímetros por 20. Luego se redujo al tamaño de un libro: 20 por 15 centímetros. Mi memoria no es prodigiosa. Es que conservo dos ejemplares. Uno de ellos es una novela histórica de Elias Berthet: El fantasma de Chatillón; el otro, el más pequeño, de reciente adquisición, contiene un folletín de Gilberto A. Thierry: Rosina Savelli.
Me lo consiguió Maite –atenta siempre a mis caprichos-, encargándoselo a la Librería Anticuaria Hijazo de Logroño (Navarra, norte de España), que trabaja como Amazon, y otras distribuidoras de libros agotados, antiguos, raros o difíciles de encontrar, enviándolos por correo contra pedido vía Internet, a pagar con tarjeta de crédito.
La entrañable colección Novelas y Cuentos me abrió otra puerta a la lectura, y digo otra porque ya había abierto yo algunas con anterioridad. Pero acaso ninguna me franqueó el acceso a tanta cantidad de libros tan buenos como Novelas y Cuentos, florilegio que recuerdo con nostalgia y cariño.
En la doble página central se ofrecía una serie de amenidades –equivalentes al noticiero y los cortos entre película y película-. Los datos del autor, notas literarias, el anuncio de la próxima novela, una sección de humor, casi toda a base de chistes, pensamientos y frases célebres y una reseña bibliográfica de publicaciones recientes.
La revista tenía una letra muy fácil de leer. No aparecía una sola errata de imprenta, ni mucho menos una mala traducción. Estaba muy bien diseñada y muy cuidada, dentro su sencillez. Lo malo era el papel, que era de diario y con el tiempo se ajaba y se rompía fácilmente.
Los precios estaban al alcance de cualquier bolsillo. Oscilaban entre una y cinco pesetas, según el número de páginas de cada ejemplar.
En casa no teníamos que hacer ni siquiera esa mínima erogación, porque le regalaban las revistas a mi padre, quizás en compensación por algún favor de los muchos que solía hacer.
Le llamaban cada tanto por teléfono de la editorial y en cuanto llegaba le daban un montón de números, incluído el último, recién salido de la imprenta, todavía oliendo a tinta.
Cuando aparecía por casa cargado con ese tesoro, yo le veía como un ser maravilloso y providente –lo era, en realidad-. El me regaló el primer libro que leí en mi vida: La estrella de la Araucanía, de Emilio Salgari. Desde entonces no paré de leer.
Llegamos a tener una cantidad considerable de títulos de Novelas y Cuentos. Por desgracia, las revistas fueron desapareciendo. Se las llevaban los vecinos, las empleadas del hogar -alguna de las cuales tenía un novio al que le gustaba leer-, y cierta cocinera romántica, amante de los folletines. Otras se las prestamos a amigos que no nos las devolvieron, como es de rigor. Y muchas se habrán extraviado en mudanzas.
La siguiente reflexión sobre la amistad pertenece al “insert” de variedades del número 700 de Novelas y Cuentos, correspondiente a la novela El fantasma de Chatillón.

Querer bien a un amigo es hacerle en la oca­sión favores y buenos servicios, sin esperar a que su necesidad los pida, ni a que los pague el ruego, escribiendo la deuda con el rubor del rostro. Es anticiparse a ciertas necesidades, que suele ocultar la vergüenza, o por miedo, o por manifestarse el afligido importuno. Es procurar los intereses del amigo con preferencia a los suyos; y no jactarse de las finezas, aun puesto en la necesidad peligrosa de manifestarlas. El verdadero amigo corrige al suyo en secreto y le alaba en publico, haciéndole conocer sus defectos y embarazando que otros los publiquen contra su estimación y decoro. Ser amigo es ser un acusador de solo a solo y un fiscal de las ac­ciones que, sin el sonrojo del corregido procura el remedio. El verdadero amigo debe defender al suyo como abogado, acariciarle tanto en sus desgracias como en sus prósperas fortunas; de­fender su inocencia, opuesto a cualquier desdi­cha; y en los sucesos infelices no negarle nin­gún socorro que pueda consolarle.
Estos son los verdaderos delineamientos del rostro hermoso de la amistad, y en el sujeto que no veamos iguales estas señas, no debemos creer en su amistad, sino en su odio, tanto peor cuanto más disimulado.


© José Luis Alvarez Fermosel

No hay comentarios: