viernes, 3 de septiembre de 2010

Shanghai Lily

Volvimos a ver -en un cine club-, “El expreso de Shanghai” (1932), con Marlene Dietrich, dirigida, naturalmente, por Josef Sternberg.
En las siete películas que hicieron juntos quedó expresa la extraña química fetichista que existía entre ellos. Al separarse, se perdió la magia.
Oscar Lee Garmus ganó el Oscar por la mejor fotografía. Ya en las primera escenas del film se luce, cuando retrata a una enorme locomotora que sale de la estación de Pekín, serpenteando lentamente por una vía que cruza calles del extrarradio con culis con sombreros que parecen pantallas de lámpara, tenderetes, niños acuclillados en el suelo y perros vagabundos que buscan restos de comida, junto a rescoldos de fuegos que asaron pescados y calentaron el té gris que entibia los fríos estómagos vacíos.
Los juegos de luces y sombras -que tan bien aprovechaba el cine en blanco y negro-, resaltan el rostro bellísimo de Marlene, que en esta película es la “notoria aventurera de la costa china”, Shanghai Lily. A sus ojos entornados, pero siempre avizores, asoma la tristeza del amor perdido, que… acaso pueda recobrar en la vertiginosa sucesión de aventuras e intrigas que sobrevienen en un ambiente exótico y turbulento.
El último ex amante de Shanghai Lily es un flemático capitán del ejército inglés que también viaja en el expreso de Shanghai. Los dos se cruzan a menudo en el pasillo del convoy. A veces miran por las ventanillas un paisaje de arrozales, búfalos, soldados con largos fusiles terciados y alguna pagoda lejana.
El apuesto oficial, aunque igualmente con el corazón roto, asegura que aquel amor ardiente pertenece a un pasado que no ha de volver.
Hay escenas con el ingenuo voltaje erótico de la época, como ésta:
Shanghai Lily sale de su compartimiento y se encuentra con el capitán –Clive Brook, no lo habíamos dicho hasta ahora-. Tiene entre los labios uno de los lujosos cigarrillos emboquillados de entonces. Le pide fuego a él y él se lo da encendiendo un fósforo de madera. Roza fugazmente con sus dedos los de ella: largos dedos de marquesa o de pianista. Ella expele voluptuosamente una gran bocanada de humo perfumado por boca y nariz.
- ¿Tiemblas? –pregunta él, como si no se hubiera dado cuenta.
- ¿Acaso no acabas de acariciarme? –, responde ella con una sonrisa que es más un rictus que una sonrisa.
Lo que al final los salva, a ellos y a otros viajeros, es el valor y el honor. Sobrevuela el amor, y no está mal.
Recordemos más cine con romances -tristes o alegres-, como “Chung King Express” (1994), de Wong-Kear-Nai, con Brigitte Lin y Takahesi Kamashiro en cabecera de cartel. La película relata dos historias de amor no convencionales que acontecen en el bullicioso epicentro urbano de Hong Kong.
No podemos olvidar, en esta breve evocación, a Richard Blaine (Humphrey Bogart) en “Casablanca” -“trench coat” cruzado, sombrero oscuro-, en el estribo de un vagón de un tren, bajo una lluvia cruel que emborrona las letras de una carta manuscrita, en la que la mujer amada (Ingrid Bergman) le dice que no se irá con él del París ocupado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. El silbido del tren, ese pitido infinitamente melancólico del tren que se va. Se frustra un idilio. Allá va otro hombre con el corazón hecho pedazos.
Michael Curtiz dirigió la película en 1942. Ganó el Oscar a la mejor producción estadounidense.
Cary Grant tejía -también en un tren- un amorío de urgencia con la deslavazada Eve Marie Saint, con destino a una aventura que le salió bien de milagro. Una obra maestra de espionaje y suspenso de Alfred Hitchcock, filmada en 1959 con el título “North by Northwest” (“Intriga internacional” o “Con la muerte en los talones” para el público de habla hispana).
Muy anteriores son “Breve encuentro”, de David Lean, con Celia Johnson y Trevor Howard, filmada en 1945, de la que se hicieron dos “remakes” años más tarde, y “Estación Termini”, de 1953, que dirigió Vittorio de Sica e interpretaron Jennifer Jones y Montgomery Clift. Ambas películas narran historias de amantes que se conocen en terminales de ferrocarril.
Viejos trenes en estaciones no menos añosas, sombrías, húmedas, olientes a keroseno y a gas-oil, a tabaco ordinario y, de tanto en tanto, al perfume caro de una “grand dame” que desciende de un tren con un perrito de lujo y una sombrerera de cuero de Rusia.
Trenes con locomotora Santa Fe y furgón de cola que traquetean por oxidados raíles de la memoria nublada. Los expresos de la aventura y el amor.


© José Luis Alvarez Fermosel

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