Los contraespías decodifican, es decir "desclasifican" documentos "classified", o clasificados como secretos para ver cuánto y cómo han espiado los espías y cuánto y cómo siguen espiando.
Los espías han espiado mucho y muy bien, se desprende del material "en clair", que en la jerga del espionaje significa puesto en un idioma que pueda entender todo el mundo, no sólo los expertos en descifrar códigos. Hemos sabido, por tanto, que Rusia, cuando era la URSS, desveló entre 1940 y 1950 los secretos norteamericanos mejor guardados, incluido el de la bomba atómica, asegura el libro Venona, decodificación del espionaje soviético en América, de John E.Haynes y Harvey Klehr.
El espionaje soviético (la NKBVD/KGB y el brazo de inteligencia, la GRU), además de ser muy eficiente, contó con la inestimable ayuda de desertores de los servicios secretos británicos como Guy Burgess, Donald McLean, Kim Philby y, más recientemente, Michael Bettaney y Anthony Blunt, por no citar sino a los más conspicuos.
Algunos "primos" de los ingleses, es decir, los norteamericanos, también se pasaron al bando soviético, como Richard Craig, que trabajó para el servicio de información del ejército de los Estados Unidos… y para la URSS.
Esto pasaba durante la Guerra Fría, pero no nos llamemos a engaño: los espías, otros espías siguen trabajando. El diario The New York Times reveló que el agente chino Wen Ho Lee pasó a Beijin, entre otras informaciones, los diseños de la ojiva nuclear W-88. Esto creó en su momento ciertas tensiones entre los Estados Unidos y China.
Muchas personas que leen los diarios, ven la televisión, navegan por Internet y se enteran de estas cosas, vuelven a sacar de los anaqueles los libros de Eric Ambler, lan Fleming, Graham Greene, John Le Carre y otros.
Todos esos escritores, que cultivaron un género literario tan vendedor como el espionaje, fueron espías antes que escritores.
Un matrimonio de agentes secretos de la ex Unión Soviética, conformado por Irina y Vladimir Julien, operó en Buenos Aires durante casi diez años, consta en fichas que Vasili Mitrojin –un ex archivero del KGB- entregó al periodista británico Cristopher Andrew.
Uno ha conocido a varios espías. Unos con cobertura, otros sin ella. Tienen muy buena mano para las relaciones públicas, hablan varios idiomas y trabajan mucho, aunque no se les note. Naturalmente, no se puede confiar en ellos.
Es muy difícil saber, al punto que hemos llegado, si la vida imita a la novela de espionaje o la novela de espionaje imita a la vida.
El escritor británico Somerset Maugham -que fue espía en Rusia en 1917-, ya planteaba la pregunta entre las dos guerras en un libro autobiográfico, Mister Ashenden, agente secreto. La incógnita aún no se ha despejado.
Y los espías, mientras tanto, siguen trabajando en la vida real.
Los espías han espiado mucho y muy bien, se desprende del material "en clair", que en la jerga del espionaje significa puesto en un idioma que pueda entender todo el mundo, no sólo los expertos en descifrar códigos. Hemos sabido, por tanto, que Rusia, cuando era la URSS, desveló entre 1940 y 1950 los secretos norteamericanos mejor guardados, incluido el de la bomba atómica, asegura el libro Venona, decodificación del espionaje soviético en América, de John E.Haynes y Harvey Klehr.
El espionaje soviético (la NKBVD/KGB y el brazo de inteligencia, la GRU), además de ser muy eficiente, contó con la inestimable ayuda de desertores de los servicios secretos británicos como Guy Burgess, Donald McLean, Kim Philby y, más recientemente, Michael Bettaney y Anthony Blunt, por no citar sino a los más conspicuos.
Algunos "primos" de los ingleses, es decir, los norteamericanos, también se pasaron al bando soviético, como Richard Craig, que trabajó para el servicio de información del ejército de los Estados Unidos… y para la URSS.
Esto pasaba durante la Guerra Fría, pero no nos llamemos a engaño: los espías, otros espías siguen trabajando. El diario The New York Times reveló que el agente chino Wen Ho Lee pasó a Beijin, entre otras informaciones, los diseños de la ojiva nuclear W-88. Esto creó en su momento ciertas tensiones entre los Estados Unidos y China.
Muchas personas que leen los diarios, ven la televisión, navegan por Internet y se enteran de estas cosas, vuelven a sacar de los anaqueles los libros de Eric Ambler, lan Fleming, Graham Greene, John Le Carre y otros.
Todos esos escritores, que cultivaron un género literario tan vendedor como el espionaje, fueron espías antes que escritores.
Un matrimonio de agentes secretos de la ex Unión Soviética, conformado por Irina y Vladimir Julien, operó en Buenos Aires durante casi diez años, consta en fichas que Vasili Mitrojin –un ex archivero del KGB- entregó al periodista británico Cristopher Andrew.
Uno ha conocido a varios espías. Unos con cobertura, otros sin ella. Tienen muy buena mano para las relaciones públicas, hablan varios idiomas y trabajan mucho, aunque no se les note. Naturalmente, no se puede confiar en ellos.
Es muy difícil saber, al punto que hemos llegado, si la vida imita a la novela de espionaje o la novela de espionaje imita a la vida.
El escritor británico Somerset Maugham -que fue espía en Rusia en 1917-, ya planteaba la pregunta entre las dos guerras en un libro autobiográfico, Mister Ashenden, agente secreto. La incógnita aún no se ha despejado.
Y los espías, mientras tanto, siguen trabajando en la vida real.
© José Luis Alvarez Fermosel
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