lunes, 3 de agosto de 2009

El viejo titiritero y la Muerte

Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha -su acostumbrado cuerpo, su piel- y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:
-Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él -y señaló al titiritero- jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
La Muerte dio un paso atrás.
El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
-Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.
Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.


© Javier Villafañe

N. del E.: Vaya este hermoso cuento corto de Javier Villafañe como homenaje a su memoria. Hubiera cumplido 100 años el pasado 24 de junio.
Le entrevisté cuando estaba a punto de cumplir 80 años. Representaba 10 menos. Le acababan de entregar el premio Mecenas en el Centro Cultural del Teatro Municipal General San Martín de Buenos Aires.
Pocas veces he tenido ocasión, en mi larga y movida carrera de periodista, de hablar de cosas tan serias –no aburridas, que no es lo mismo- como el amor, el humor, la poesía, la gracia, la gente, los bares, la calle, los títeres, con alguien tan inteligente, tan sensible y tan joven, tan juvenil.
En su bitácora salpicada de azules flores de jacarandá, se inscribieron éxitos memorables, como su primera obra, pensada para títeres de hilo, Don Juan Farolero, estrenada en un salón independiente con un grupo de artistas plásticos de su amistad, entre los cuales Raúl Soldi y Antonio Berni.
Con su lírico teatro de títeres La Andariega recorrió todo el país. Luego se quedó varado en Miramar y él se fue a Panamá en un barco de carga. Le acompañaba el pintor Liber Fridman. El hacía los cuadros y los dos presentaban títeres. Allí escribió Villafañe Los sueños del Sapo.
Haría luego la ruta del Quijote en España. En Argamasilla de Alba, donde Cervantes escribió los primeros capítulos de su novela inmortal, el titiritero encontró lo que necesitaba: una carreta vieja y una mula joven. Y se echó a los caminos, una vez más, a hacer títeres.
Después, Francia, Italia, Portugal…: el mundo por frontera. Y el éxito, y los premios, y la fama…
Recuerdo a Javier Villafañe despidiéndome a la puerta de su casa, guiñando un ojo azul, mesándose con mesura su barba blanca de Júpiter de mentirijillas. Se le había arrugado el mameluco de jean. Se iba la tarde y él hizo un ademán indefinible con la mano, como una greguería en el aire.
En realidad, buscaba un títere.

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