domingo, 16 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (IX)


Un cuadro, un puñal, un soneto...

“Dejó un cuadro, un puñal y un soneto”, escribió Manuel Machado refiriéndose a Oliveretto de Fermo, un personaje de la corte de los Medicis.
El gran poeta argentino Raúl González Tuñón compuso a su vez el siguiente verso, dedicado al conde de Villamediana:
Pronto partió dejando poco escrito.
No fue, exactamente, Oliveretto,
pero hubo amor, intriga, duelo, muerte,
y un soneto
“Silencio en tu sepulcro deposito”.

Villamediana se topó un día con el rey Felipe IV en un pasillo de palacio. El rey le dijo:
-- Querido conde: Tengo entendido que sois poeta; decidme: ¿para qué sirven los poetas?
-- Majestad: Los poetas servimos para lo que sirven todos los hombres; y, además, para hacer versos
–le respondió Villamediana.
Juan de Tassis Peralta, conde de Villamediana (1582/1622) fue un noble y poeta español cuya vida estuvo signada por un sinnúmero de aventuras políticas y, sobre todo, galantes. Murió asesinado, nunca se supo por quién, o por quienes, ni por qué.
Como poeta sintetizó las dos corrientes del barroco español: culteranismo y conceptismo. Escribió doscientos poemas de variada temática y un libro, también de versos, que fue prologado por Góngora.
Muchas de sus obras se publicaron después de su muerte. El escritor español Carlos Fisas dice en el primer tomo de “Historias de la Historia” que Villamediana fue un hombre ingenioso, galante y galán. Destaca su vida licenciosa.
El conde tenía una lengua viperina, además. Desterrado de la Corte por sus devaneos y escándalos, dedicó a un sacerdote apellidado Pedrosa los siguientes versos:

“Un ladrón y otro perverso
desterraron a Pedrosa,
porque les ponía en prosa
lo que yo les digo en verso.”

Villamediana tuvo muchos enemigos, ganados por su sarcasmo. Otro cortesano de la época fue escarnecido por el travieso poeta con este epigrama:

“Cuando el marqués de Malpica,
caballero de la llave,
con su silencio replica
... dice todo cuanto sabe.”

Un alguacil de la corte de Felipe IV, apellidado Vergel, fue también blanco de su mordacidad. La mujer de Vergel lo engañaba, cosa que sabía y comentaba todo Madrid. Villamediana se plegó a la mofa que hacían del pobre Vergel de la siguiente manera, en verso, claro:

“¡Qué galán que entró Vergel
con cintillo de diamantes!
Diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer.”

Tal vez alguna víctima de las desaforadas críticas de Villamediana le esperó una noche junto a un farol, en el viejo Madrid, y lo apuñaló, matándole en el acto. Pudo haber sido, según otras versiones, asesinado por una amante despechada o... un amante despechado, vaya uno a saber, pues al parecer el conde no se privaba de nada y le daba lo mismo ocho que ochenta. De cualquier manera, nunca se supo a ciencia cierta que fuera bisexual.
A pesar de que fue un golfo, o quizás por eso, a mí me cayó siempre simpático Villamediana, que hubiera tenido que dejar al morir, por toda fortuna, un cuadro, un puñal y un soneto, como dijo Manuel Machado de Oliveretto.
El cuadro muy bien podría haber sido “El aguador” (Museo de Wellington, Londres) de Velázquez, en el que se ve a un anciano dándole una copa de agua a un muchacho. Es notable la intensidad con que está concebido cada momento del óleo: la delicada relación entre el viejo y el chico y la calma y la belleza de la iluminación sugieren que contemplar el cuadro equivale a ser testigo de un rito casi religioso.
El puñal tendría el mango damasquinado, o tachonado de piedras preciosas. La hoja podría haber sido de acero toledano, uno de los mejores del mundo. (Las tizonas recién salidas de la fragua, al rojo vivo, se templaban en las aguas del río Tajo, en la Toledo imperial.)

-- ¿Y el soneto?
-- ¿Por qué no el Soneto de Fernando de Herrera?
-- Herrera... ¿el sevillano?
-- El mismo. Ahí va el soneto:


Osé y temí: mas pudo la osadía
tanto, que me desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más me enciende y arde,
cuanto más la esperanza se desvía.

Gasté en error la edad florida mía;
ahora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.

Tal vez pruebo (mas... ¿qué me vale?) alzarme
del grave peso que mi cuello oprime:
aunque falta a la poca fuerza el hecho.

Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien rindió su pecho.

No pudo Villamediana dejar mejor herencia. Si es cierto que a tal señor tal honor, todo señor debería dejar la herencia que correspondiera a la vida que hubiera llevado. Un caballero no tendría que dejar ni una moneda al abandonar este mundo, porque se habría gastado todo su dinero, poco o mucho, en vida. Hay que vivir, no enloquecida y enloquecedoramente como Villamediana, pero sí con estilo.
-- En cuanto a Oliveretto...
-- ¡Ah, esa es otra historia, como diría Kipling!

© José Luis Alvarez Fermosel
Desde Madrid - 2007

Anterior:

Crónicas de Madrid (VIII): “La monja azul” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/12/crnicas-de-madrid-viii.html)

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