viernes, 12 de octubre de 2007

De conde a conde

Sisita Pastega Milans del Bosch le dijo un día en mis barbas a Paco Umbral en Madrid: “Mira, Paco, hay que comer soufflé porque el soufflé es francés y no te cuenta su vida. En España comemos mucha fabada, y la fabada tiene demasiado mensaje”.
En Argentina comemos mucha carne: carne asada, claro. ¿Tendrá mensaje el asado? Se me ocurrió preguntarle al conde de Lafourchette.

--La Argentina es una inmensa llanura donde se dan unos productos estándar que originan una cocina estándar. ¿Mensaje?. No lo sé. No creo…

Hablamos de cocina y de otras cosas largo y tendido el conde de Lafourchette ante un whisky y un jugo de naranja en el bar del Hotel Libertador de Buenos Aires, por cuyos grandes ventanales se colaba un sol de adelantada primavera.
El conde de Lafourchette es en realidad el escritor y “gourmet” chileno Enrique Lafourcade, que no es conde, sino que utiliza el “nom de plume” de conde de Lafourchette para firmar las deliciosas crónicas sobre gastronomía, y otros temas, que escribe los domingos en el diario El Mercurio de Santiago de Chile. Tampoco yo soy conde, si vamos a eso. Mi compatriota, el “restaurateur” Pepe “Fechoría” empezó a llamarme conde apenas nos conocimos, recién llegado yo a Buenos Aires, porque me encontraba cierto parecido con Jaime de Mora y Aragón, que tampoco era conde.
Lafourcade me contó cosas que poca gente sabe. Como, por ejemplo, que el chileno José Eizaguirre, “Tío Pepe”, casado con Juanita del Carril, contribuyó a educar el paladar de los argentinos. Editó la revista Saber Vivir. Residió durante muchos años en París. De allí se trajo a los primeros cocineros franceses que se establecieron en Buenos Aires.

--Los argentinos, es decir, los porteños son devoradores. Lo pasan todo por la parrilla, quiero decir, por el tamiz del “goût”. A una mujer bella la llaman budín, churro. Le dicen: “¡Te como toda!”. Asocian el placer de contemplar una hermosa señora con el de comerse un bife de chorizo todo rojo por dentro, bien jugoso.
-- Es que la carne argentina es magnífica.
-- Y las mujeres también.
-- Desde luego.

Las mujeres, eso sí, no cocinan ahora tan bien como antes. Lafourcade coincidió conmigo en ésto. Y añadió que hoy en día la mayoría de las amas de casa no sabe hacer salsas.

-- Antes las mujeres aportaban al menos tres cosas al matrimonio: virginidad, arte culinario y dote.

(Creo que ahí nos echamos encima los dos condes de guardarropía a las feministas, que habrán ardido en deseos de darnos candela).

-- De cualquier manera, las mujeres están siempre bien. En la cocina y fuera de la cocina.

Lafourcade asintió. Recuerdo el brillo de sus ojos oscuros bajo las cejas tupidas. De vez en cuando bebía un sorbo de su zumo de naranja y yo le daba un tiento a mi whisky.
Hablamos de comida y erotismo –no está lejos la una del otro- en aquella entrevista, que propició el entonces agregado de prensa a la embajada de Chile en Buenos Aires, Enrique Gandásegui. Lafourcade preparaba un libro que se titularía “La cocina erótica del conde de Lafourchette”. No sé si lo habrá terminado. Iba a contener recetas eróticas, casi todas de pescado y mariscos que, según la leyenda, son afrodisíacos.

-- ¿Me da una de esas recetas, querido conde?
-- Con mucho gusto, querido conde.
-- Tome usted nota.
-- Venga.
-- Ostras Tongoy, Ayden y de Chiloé, picorocos (1) y lenguas de erizo. Todo pasado por la batidora y convertido en crema.
-- ¿Y eso es afrodisíaco?
-- Yo creo que no. ¡Pero es tan rico...!
-- Entonces, usted no cree que haya comidas afrodisíacas.
-- Francamente, no. Y, además, no creo que las comidas afrodisíacas sean necesarias. Todo hombre que cuenta con los estímulos naturales se pone erótico, incluso comiendo arroz con leche.

Lafourcade se casó tres veces y se separó otras tantas. Tiene tres hijos, dos de los cuales vivían fuera de Chile en la época en que se hizo esta entrevista, que ve ahora la luz, después de tantos años. Recuerdo que el escritor se calificó de devoto absoluto de la literatura.
“Pero no desdeño la vida, soy muy vital: soy una mezcla de biblioteca y acción”.
“El libro de Karen” (Premio Nacional Martínez), “Pena de muerte”, “Antología de nuevos cuentos chilenos”, “Asedio”, “Para subir al cielo”, “Cuentos de la generación del 50” (Premio Municipal), “El príncipe y la oveja” (Premio Gabriela Mistral), “Fábulas de Lafourcade”, “Novela de Navidad”, “Pronombres personales”, “Frecuencia modulada”, “Palomita blanca” (que vendió un millón de ejemplares y de la que se hizo una película dirigida por Raúl Ruiz), “El gran taimado”... Sus últimas novelas, “Mano bendita” y “Cristianas viejas y limpias” fueron finalistas del Premio Internacional Planeta en 1992 y 1997.
Enrique Lafourcade, autotitulado anarquista sentimental y católico en estado salvaje, es uno de los escritores más fecundos, polémicos e influyentes de Chile. Ha sido profesor de diversas universidades chilenas, cronista, director de talleres literarios y comentarista de televisión.
Figura representativa de la llamada generación del 50 en Chile, Lafourcade goza, a los 80 años, de una merecida agerasia, lo cual le permite seguir escribiendo. Es, junto con Jorge Edwards, uno de mis escritores chilenos favoritos

-- ¿Qué le gusta?
-- Viajar, la pintura…
-- ¿Deportes?
-- No, deportes, no. No me interesa el deporte “per se”. Pero juego al tenis y he practicado el ciclismo.
-- ¿Música?
-- Los barrocos alemanes.
-- Hombre, a George Smiley, el espía de John Le Carré, o sea a John Le Carré le gustan los poetas barrocos alemanes. A usted los músicos barrocos alemanes. Qué coincidencia.
-- Pues, sí.
-- Adiós, querido conde.
-- Adiós, querido conde.


(1) Marisco chileno, alargado, que viene incrustado en una suerte de roca o formación calcárea.


© José Luis Alvarez Fermosel
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