viernes, 26 de octubre de 2007

El macho posmo en su burbuja


¿Supimos poner límites?

Los chicos de hoy, los adolescentes, es decir, los seres de edades comprendidas entre los 8 y los 39 ó 42 años, ¿qué hacen, qué piensan, en qué se interesan, cuáles son sus compromisos, por qué se juegan, qué les preocupa, cómo se relacionan con sus mayores -padres incluídos-, con quién andan, cómo se preparan para el futuro?
Pues hacen, o tienden a hacer lo que les gusta; están a lo que venga, a lo que salga, a lo que pinte. Si son tan afortunados que pueden hacer lo que les gusta, no hacen otra cosa; lo demás, el resto de la gente, de las cosas, el país, sus familias, la marcha del mundo no les interesa mayormente.
No quiere esto decir que no se les planteen problemas, que no tengan contratiempos, que no les pasen cosas, como a cada hijo de vecino; pero les pasa en lo suyo, en su mundo: en lo que les gusta.
El resto, lo demás, repetimos, no existe o tiene poca, o ninguna importancia fuera de la carpa, o más bien de la burbuja en la que viven con sus pares, o sus amigos, con los que no sólo se relacionan sino que establecen vínculos estrechísimos. Son…¡sus amigos! Ahí es nada.
Los jóvenes del posmodernismo tienen profundamente arraigado el sentido de la amistad. Pichi, Cami, Leo, Lolo, Lena, Rami, Gonza, Juani, Fede…; y el Rana, el Lagarto, el Cuis, la Iguana, el Osito, el Rata, porque gustan de llamar a algunos de sus amigos con nombres de animales, son los destinatarios de su confianza y su afecto, comparten todo con ellos, los aman apasionadamente, ¡que no se los toquen!
Nuestros (queridos) chicos se vuelven locos, o poco menos, si no pueden hacer lo que les gusta, como por ejemplo, cocina étnica, centramiento (centramiento: centrarse…, ¿en qué?), tocar la flauta dulce, diseño –de lo que sea- y animación corporal.
Nuestros niños (grandes) superaron ya el “grunge”, el “dirty look”, los vaqueros rotos, la cultura del desastre importada de Seattle; las sensaciones…”fuertes”, como comer pizza en el desayuno o apagar los porros en el helado, las óperas de Peter Sellars, sentir en el rostro con una barba de cuatro días la luz ínope de las lámparas de Iguzzini y hacer la dieta del kiwi.
El macho posmoderno, o macho posmo pasea, ahora; va a un… “espacio” o al cine –a ver películas animadas- en pequeñas salas, donde come ruidosamente grandes cantidades de pochoclo; compra pañuelos descartables de papel a muchachos que se los ofrecen a los automovilistas; duerme con almohada cervical, alguno hace tai-chi en los bosques de Palermo.
Tienen una organización tribal, son más bien noctívagos, su totem sagrado es la Internet: pasan horas y horas chateando en los cibercafes –desde el punto y hora en que sus padres, que son unos autócratas insoportables-, les prohibieran el acceso a la computadora, que estropearon varias veces-. Se pasan la vida hablando, mejor dicho, levantando mensajes del teléfono celular y dejándolos, no se sabe a quien.
Sin ser homosexuales, ni metrosexuales, rechazan el “look” varonil. (Dicen así, “look”, para seguir la moda de salpicar nuestro idioma con palabras en inglés.) Insisten machaconamente en que todo hombre tiene su costado femenino, y ellos lo muestran cada dos por tres.
¿No tendremos nosotros, los padres, la culpa de que nuestros hijos sean como son? ¿No habremos sido demasiado permisivos, demasiado blandos con ellos? ¿Supimos poner límites? ¿Nos equivocamos queriendo ser amigos de nuestros hijos como quieren serlo, o lo son, de hecho, sus maestros y preceptores en el colegio, a quienes tutean y tratan con la máxima confianza y a quienes les cuentan su vida, como si fueran compañeros, y así pasan luego las cosas que pasan?
Muchos de nuestros chicos, casi todos, diría yo, son muy buenos. No fuman, ni beben, ni se drogan, ni se pelean en las discotecas. La verdad es que son buenísimos. Y los queremos mucho, que no quede duda.
Sólo les faltaría para ser perfectos, o casi, ser un poquito más viriles, más responsables, más consistentes, más decididos; les haría falta comprometerse, tomar al toro por las astas, echarle coraje a la vida, vivirla a conciencia, que no hay más que una, y se va en seguida. Sólo les faltaría, a nuestros bienamados hijos posmodernos, sólo les faltaría… ¡Nos falta espacio para decirlo!


© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Caballero Español: ¿cómo está? ¡Qué dicha era escucharlo por radio y qué dupla hacían ud y Hanglin! Tanto mi familia como mis amigos se emocionaban, incluso con cosas de viajes que contaba. Nos dio mucha pena su ausencia pero, en compensación, ni bien nos enteramos del blog empezamos a leerlo y entramos todos los días (o casi) para saber qué tema desarrolló. Le juro que es uno de los mejores blog que visité. Se lee todo, nada tiene desperdicio. Mi mujer imagina que ud. se lo está leyendo al oído. Mmmmm. Bromas aparte, creo que el macho posmo no salió así por haberle puesto límites o no. Eso es casi responsabilizar a los padres injustamente. Estas "cosas", para mí, son producto de algo que no es genético ni hereditario ni congénito. A veces pienso que voló algo en el aire y se posó en un grupo determinado y quedaron tontos. Es verdad, no son gays. Yo tengo un hijo gay y conozco a sus amigos, algunos gays y otros no son. Cuando me lo dijo creyó que yo iba a tratarlo de todo por su condición pero sabe qué, me importó su humanidad y su cariño que son maravillosos. Su bondad y (riámosnos a dúo) su hombría es tremenda. Afortunadamente, no la pasamos mal pero siempre está atento a que no nos falte nada y su cariño hacia nosotros es infinito. ¡En cambio alguno de sus amigos héteros vienen a mi hijo a pedirle consejo hasta para cómo hablarle a una chica! No saben vestirse y tampoco saben llevar lo que se ponen sea lo que sea. Estaría contándole más cosas pero, como ud dice bien, me faltaría espacio. No es cuestión de límites es que son unos aparatos que no sieven para nada. Ni siquiera para adorno. No lo quiero abrumar. Esperamos más notas para seguir leyendolo. En cualquier momento, a lo mejor le aporto algunas cosas que veo porque, desde que ud comenzó con el "macho posmo" no hago más que ir por la calle mirando bien y ¡cuántos descubrimos gracias a ud! Un gran abrazo. Fernando (pero no Fer)-Ituzaingó.

Anónimo dijo...

Fernando (¡no Fer!):Muchas gracias por tu visita, tus elogios y tu confianza.Yo tampoco creo que el macho posmo haya surgido como consecuencia de que nosotros no supiéramos poner límites. Pero en la desesperación de padres, otros familiares y mentores por encontrarle una explicación a la proliferación de machos posmo, se ha comentado, como tantas otras cosas, esto de los límites.Lo que verdaderamente no tiene límites es nuestra paciencia. Fuerte abrazo.