martes, 23 de octubre de 2007

Antiguas, chispeantes, cariñosas

Las tarjetas postales nacieron hace un siglo, en el Imperio Austrohúngaro. Nadie ni nada pudo acabar con ellas. Ni el te­léfono, ni el fax ni el e-mail. Las hay de todas clases, tamaños y colores, y para todo tipo de cele­braciones.
Llevan, por lo general en alegres colores, mensajes de salu­tación, despedida, felicitaciones, excusa... Sirven para todo: cum­pleaños, aniversarios, bodas, bautizos, primeras comuniones. Las más modernas son las virtuales, animadas y con sonido.
"En países como Estados Uni­dos e Inglaterra se mandan tarjetas hasta para informar que a uno le duelen las muelas", exagera el co­leccionista español Án­gel de la Torre, quien re­conoce que sus compa­triotas son poco afectos al género, por así llamarlo.
La época dorada de la tarjeta está compren­dida entre los años 1900 y 1920 y coincide con el modernismo. Veremos qué pasa con el posmo­dernismo.
Las postales, que al­canzaron su cota más al­ta en Centroeuropa, constituyen también una industria, cuyo mercado es constante­mente investigado por especialistas.
Hallmark es la empresa que produce más tarjetas de felicitación en el mun­do. Publica millones de ellas en cien países y en once idiomas, y cuenta con más de treinta mil puntos de venta. Más de medio millar de personas trabaja febrilmente en su departamento de publicidad.
Slabuffos es más modesta. Carlos Sanz de Aladino y sus tres hermanos, todos licenciados en Administración de Empresas, dirigen la firma, que ha conseguido colo­car en el mercado más de cincuenta mo­delos de tarjetas diferentes. Car­los Sanz tiene debilidad por los dibujos de elefantes y pingüinos.
El padre de las tarjetas de be­bés es el argentino Miguel Diner, quien sostiene que la quintaesencia de la creatividad consiste en ir todo el día de acá para allá con un bolígrafo en una mano y un cuaderno en la otra y anotar en el papel todas las tonterías que se le ocurran a uno, o las que oiga a los demás. En su opinión, este sistema no suele fallar: siempre sale alguna buena idea.
Quizás el éxito de la tarjeta postal se deba a que lo da todo hecho: para cada circunstancia un mensaje, un tono, un dibujo, un juego de palabras, un chis­te.
Hablando de chistes, uno... "postalero": "¿Qué le dijo un pin­güino a una pingüina? Como tú no hay ningüina". Ah, no hay alusión política, que quede claro.



© José Luis Alvarez Fermosel

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