lunes, 15 de octubre de 2007

El estilo no es un lujo


Se ha dicho y se ha repetido hasta la saciedad; no sé si uno de los últimos que lo dijo fue el escritor colombiano Alvaro Mutis: vivir con estilo no es un lujo, va con una forma de ser, con una manera de ver las cosas, con el carácter y la personalidad, que tienen su modo de expresión para que sean inconfundibles; cuando además de carácter se disfruta de una buena crianza, guardar las formas es una cuestión de principios.
La buena crianza imprime carácter, se nota incluso a ciegas, es algo que va más allá de las formas, es una cuestión de fondo: es lo que algunos llaman clase, que da aplomo, desenvoltura y prestancia.
Con clase se nace, aunque uno nazca en el seno de una familia humilde y de pocos, o ningún recurso económico.
Si no se tiene clase, como mucha gente procedente de familias adineradas, bien puede uno ser bien educado. La buena educación ha de irse adquiriendo morosa y amorosamente a lo largo de toda la vida. Y no se puede parar de aprender porque con el paso del tiempo surgen no sólo nuevas modas -a las que se presta tanta atención-, sino nuevos modos -a los que no se suele prestar ninguna atención-, que tienen que ver con otras formas de relacionarse o con determinados espacios o lugares.
Hay que estar al tanto, a tono –al buen tono-, para lo cual hay que saber tanto lo que hay que hacer como lo que no hay que hacer.
En lo que se refiere a las relaciones íntimas entre el hombre y la mujer, no es de buen gusto preguntar después del primer encuentro amoroso, por muy bien que uno crea haber quedado: “¿Ha ido bien?”, “¿te ha gustado?” y cosas por el estilo. Uno no ha estado viendo una película, así que sobran los comentarios, la única acotación válida es el futuro de la historia.
La señora, señorita o adolescente no debe preguntar nunca después de los primeros encuentros¨: “¿Me llamarás mañana?”, o “¿cuándo nos volveremos a ver?”. El hombre debe estar convencido de que la llamada telefónica será iniciativa suya.
Después de una relación amorosa no institucional en algún lugar imprevisto, o improvisado, deberemos acompañar siempre a la señora a su casa, aunque el encuentro no haya sido bueno y estemos seguros de que no se repetirá.
Los calcetines es lo tercero que el hombre tiene que quitarse antes de “entrar en acción”, después de la chaqueta y la corbata. Los calcetines puestos, el desnudo estatuario y la mirada fija producen un efecto cómico en lugar de erótico.
Hablando de calcetines, éstos nunca deben ser cortos, arrugados y deshilachados. Y el aspecto sucio y desaliñado del que se cree joven intelectual incomprendido…¡que no vaya acompañado por el olor!
Hay que procurar no cruzar los brazos detrás de la nuca cuando uno está sentado; la axila, aunque esté tapada, es un lugar íntimo.
No hay que ceder el paso a una señora al entrar en un restaurante. Tal vez la etiqueta sea una cosa muy complicada, pero tiene su lógica: el hombre tiene que entrar primero para echarle un vistazo al local, ponerse en manos del "maître", ver cuál es el mejor lugar, etc. También, el caballero precederá a la dama al entrar o salir por una puerta giratoria. La lógica siempre: él es quien tiene que empujar.
Cuando una pareja está bajo la lluvia, el hombre será siempre el que sostenga el paraguas, a no ser que sea íncreíblemente bajo.
Si la dama fuma y se ha quedado sin cigarrillos, el caballero deberá comprarle dos atados, con lo que matará dos pájaros de un tiro al conseguir un buen efecto y no caer en la ridiculez de comprarle un solitario paquetito.
Las normas de cortesía, lo mismo que los detalles, tienen un gran valor social y hacen más fluidas y más agradables las relaciones con el prójimo.


© José Luis Alvarez Fermosel
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Uf, qué bonito lo que dice! Pero, le voy a contar algo: tengo una hija de 31 años. Le fue mal en tres parejas (la primera con libreta y las otras no). En una oportunidad conoció a un hombre que era de lo mejor y si no se comportaba exactamente como usted dice, estaba muy cerca. Hubiera podido ser su 4ta. pareja y le hubiera ido muy bien con él porque, además, la adoraba. Pero, ¡el pero, siempre!, un día lo mandó al diablo porque le dijo que la trataba como una inválida y que ella podía hacer por ella misma las cosas. Para mí, nunca sabrá lo que es la galantería. Muy bueno su artículo y lo leo siempre. Noemí (Montevideo, Uruguay)

Anónimo dijo...

Qué vas a hacer, Noemí. Son cosas que pasan. Vivimos una época muy particular,por no decir muy mala en todos los aspectos y sentidos.No tenemos más remedio que apechugar con lo que hay.Lo bueno es que la poca gente que hay con la cabeza en su sitio como tú, trate de estrechar filas con quienes considera sus iguales.Gracias por tu mensaje y por tus confidencias.