Un viejo refrán español reza: "En la mesa y en el juego se conoce al caballero". En lugares más íntimos, como el dormitorio, también.
En el galanteo sexual es tan importante saber qué hacer como qué no hacer. Por ejemplo, nada de prisas al desnudarse. El caballero se despojará, en primer lugar, del saco y la corbata; a renglón seguido de los zapatos y las medias; después, de la camisa y, por último, de los pantalones y los calzoncillos con un sólo movimiento. No deben dejarse nunca las medias puestas, como se ve en las comedias norteamericanas.
La dama se quitará primero el vestido. Si lleva "panties" (medibachas), debe sacárselos rápidamente porque tienden a marcar el estómago. Otra cosa: la lencería femenina es muy importante; tiene un componente erótico del que carecen las prendas íntimas masculinas y hay que saber aprovecharlo.
Todo, en todos los aspectos, es importante: tiene el valor personal que cada uno sepa darle y saber hacerlo es síntoma de buen gusto.
Sabido es que cuando se come hay que limpiarse la boca con la servilleta antes y después de beber, que no hay que cernirse sobre el plato como un gavilán sobre una paloma, ni separar los codos de los costados como si se fuera a volar y que los cubiertos que se utilizan al final son los que se colocan más cerca del plato.
Recordemos que en la mesa hay que evitar a toda costa hablar de política, fútbol, enfermedades, religión y sexo, que los espárragos y el marisco se pueden comer con la mano y que en una mesa como Dios manda no deben figurar nunca sifones, palilleros con mondadientes y flores de perfume tan intenso que predomine sobre el de los alimentos.
Las presentaciones han de ser rápidas: se da el nombre y el apellido y, desde luego, es preferible estrecharle la mano a una señora que pecar por exceso besuqueando. La señora es quien tiene que dar la mano al señor y no al revés. A las damas nunca se les manda un abrazo al despedirse de ellas después de una conversación telefónica, y nunca hay que enviarles una docena de rosas sino once o trece, pues de lo contrario parece que fue la secretaria quien se ocupó de un asunto tan personal y delicado.
Como dijo Alvaro Mutis, la caballerosidad y la refinada cortesía son la mejor muestra de civilización, el sazonado fruto de una gran cultura y el producto de un buen tono incrementado durante varias generaciones.
En el galanteo sexual es tan importante saber qué hacer como qué no hacer. Por ejemplo, nada de prisas al desnudarse. El caballero se despojará, en primer lugar, del saco y la corbata; a renglón seguido de los zapatos y las medias; después, de la camisa y, por último, de los pantalones y los calzoncillos con un sólo movimiento. No deben dejarse nunca las medias puestas, como se ve en las comedias norteamericanas.
La dama se quitará primero el vestido. Si lleva "panties" (medibachas), debe sacárselos rápidamente porque tienden a marcar el estómago. Otra cosa: la lencería femenina es muy importante; tiene un componente erótico del que carecen las prendas íntimas masculinas y hay que saber aprovecharlo.
Todo, en todos los aspectos, es importante: tiene el valor personal que cada uno sepa darle y saber hacerlo es síntoma de buen gusto.
Sabido es que cuando se come hay que limpiarse la boca con la servilleta antes y después de beber, que no hay que cernirse sobre el plato como un gavilán sobre una paloma, ni separar los codos de los costados como si se fuera a volar y que los cubiertos que se utilizan al final son los que se colocan más cerca del plato.
Recordemos que en la mesa hay que evitar a toda costa hablar de política, fútbol, enfermedades, religión y sexo, que los espárragos y el marisco se pueden comer con la mano y que en una mesa como Dios manda no deben figurar nunca sifones, palilleros con mondadientes y flores de perfume tan intenso que predomine sobre el de los alimentos.
Las presentaciones han de ser rápidas: se da el nombre y el apellido y, desde luego, es preferible estrecharle la mano a una señora que pecar por exceso besuqueando. La señora es quien tiene que dar la mano al señor y no al revés. A las damas nunca se les manda un abrazo al despedirse de ellas después de una conversación telefónica, y nunca hay que enviarles una docena de rosas sino once o trece, pues de lo contrario parece que fue la secretaria quien se ocupó de un asunto tan personal y delicado.
Como dijo Alvaro Mutis, la caballerosidad y la refinada cortesía son la mejor muestra de civilización, el sazonado fruto de una gran cultura y el producto de un buen tono incrementado durante varias generaciones.
© José Luis Alvarez Fermosel