viernes, 28 de septiembre de 2007

La cama y la mesa

Un viejo refrán español reza: "En la mesa y en el juego se conoce al caballero". En lugares más íntimos, como el dormitorio, también.
En el galanteo sexual es tan importante sa­ber qué hacer como qué no hacer. Por ejemplo, nada de prisas al des­nudarse. El caballero se despojará, en primer lugar, del saco y la corbata; a renglón seguido de los zapatos y las medias; después, de la camisa y, por último, de los pantalones y los calzoncillos con un sólo movimiento. No deben dejarse nunca las medias puestas, como se ve en las comedias nor­teamericanas.
La dama se quitará primero el ves­tido. Si lleva "panties" (medibachas), debe sacárselos rápidamente porque tienden a marcar el estómago. Otra co­sa: la lencería femenina es muy importante; tiene un componente erótico del que carecen las prendas íntimas masculinas y hay que saber aprovecharlo.
Todo, en todos los aspectos, es impor­tante: tiene el valor personal que cada uno sepa darle y saber hacer­lo es síntoma de buen gusto.
Sabido es que cuando se come hay que limpiarse la boca con la servilleta antes y después de beber, que no hay que cernirse sobre el plato como un gavilán sobre una paloma, ni separar los codos de los costados como si se fuera a volar y que los cubiertos que se utilizan al final son los que se colocan más cerca del plato.
Recordemos que en la mesa hay que evitar a toda costa hablar de política, fútbol, enfermedades, religión y sexo, que los espárragos y el ma­risco se pueden comer con la ma­no y que en una mesa como Dios manda no deben figurar nunca si­fones, palilleros con mondadientes y flores de perfume tan intenso que predomine sobre el de los alimentos.
Las presentacio­nes han de ser rápidas: se da el nombre y el apellido y, desde luego, es prefe­rible estrecharle la mano a una se­ñora que pecar por exceso besu­queando. La señora es quien tiene que dar la mano al señor y no al revés. A las damas nunca se les manda un abrazo al despedirse de ellas después de una conversa­ción telefónica, y nunca hay que enviarles una docena de rosas sino once o trece, pues de lo contrario parece que fue la secretaria quien se ocupó de un asunto tan personal y delicado.
Como dijo Alvaro Mutis, la caballerosidad y la refinada cortesía son la mejor muestra de civilización, el sazonado fruto de una gran cultura y el producto de un buen tono incrementado durante varias generaciones.


© José Luis Alvarez Fermosel