Hace mucho calor.
- ¡Hombre, estamos en verano!
- Sí, ya lo sabemos.
El verano empezó en el hemisferio sur el 21 de diciembre. Este año ha venido con la furia de un fenómeno meteorológico tropical: uno de esos turbiones caribeños de tan mala leche, que tienen una malévola propensión a trocarse en catástrofes.
No estoy siendo tremendista. En Buenos Aires hay alerta roja en el momento de escribir.
El calor que nos va cociendo lentamente es un calor blando, húmedo; un calor que parece venir de abajo, del centro de la tierra, porque tiene un no sé qué barroso, semilíquido.
Muchos dicen que viene del Río de La Plata, el río color de león –que en realidad no tiene color de león, sino de otra cosa…-.
Quizás el calor porteño proceda, después de todo, del Riachuelo (1), cuya contaminación es brutal. Ministros, alcaldes y otras autoridades prometen limpiarlo cuando asumen, pero nunca lo hacen.
Este calor es de baja estofa. Merece a conciencia el calificativo de infernal.
Además, incita a la trampantuja, a la mentira. Los noticieros de la televisión no dan la temperatura real. La bajan unos cuantos grados para no alarmar a la población, que ya está alarmada porque le han advertido que, en particular la gente mayor y los niños pueden caer desvanecidos en plena calle por el golpe de calor.
La humedad alcanza unos niveles muy altos, la presión atmosférica desciende. Humedad, baja presión, calor: ¡una combinación mefítica!.
Vienen los mosquitos por oleadas. Algunos propagan enfermedades como el dengue, el paludismo, la malaria –que una vez que se adquiere dura para toda la vida-.
Los fumigadores no dan abasto. Recorren piso por piso los edificios de apartamentos, porque cucarachas, hormigas y otros insectos aparecen sorpresivamente por todas partes, convocados por el calor.
La gente aprovecha los fines de semana largos para precipitarse en masa a las playas de la costa atlántica. Los que se quedan deambulan por las calles ardientes con la mirada fija, algunos con los ojos en blanco como los caballos cuando se desbocan, todos con su botella de agua empuñada. Cada tanto se echan un trago, pero el agua está caliente.
Es lo mismo, hay que beber mucho líquido -¡y nada de alcohol!- para evitar la deshidratación.
Se suspenden intermitentemente los suministros de energía eléctrica y agua. Los diarios publican las protestas de los damnificados. Siguen los cortes.
Las autoridades dicen que ésta es la peor ola de calor en 60 años. Muchos sostienen que los empleados que no tienen aire acondicionado en sus casas no regresan a ellas, concluída su jornada laboral, y se quedan a dormir en las oficinas. Probablemente exageran.
Cuando el sol al rojo vivo se va por la posta, incongruentemente hace más calor. No sopla una gota de aire; es más parece que no hay aire. No se pueden tocar las paredes porque queman. Uno siente que no puede respirar.
Sólo hace una semana que empezó el varano.
NOTA BENE.
No he leído este artículo, después de escribirlo. Estoy agotado. Es probable que haya dicho algún disparate, o que todo lo que he escrito sea un disparate. Ustedes perdonen. El sistema de aire acondicionado de mi casa ha reventado con un estampido fenomenal. Me parece que se me va a derretir el cerebro. Es el calor.
Ha llegado el verano.
- ¡Hombre, estamos en verano!
- Sí, ya lo sabemos.
El verano empezó en el hemisferio sur el 21 de diciembre. Este año ha venido con la furia de un fenómeno meteorológico tropical: uno de esos turbiones caribeños de tan mala leche, que tienen una malévola propensión a trocarse en catástrofes.
No estoy siendo tremendista. En Buenos Aires hay alerta roja en el momento de escribir.
El calor que nos va cociendo lentamente es un calor blando, húmedo; un calor que parece venir de abajo, del centro de la tierra, porque tiene un no sé qué barroso, semilíquido.
Muchos dicen que viene del Río de La Plata, el río color de león –que en realidad no tiene color de león, sino de otra cosa…-.
Quizás el calor porteño proceda, después de todo, del Riachuelo (1), cuya contaminación es brutal. Ministros, alcaldes y otras autoridades prometen limpiarlo cuando asumen, pero nunca lo hacen.
Este calor es de baja estofa. Merece a conciencia el calificativo de infernal.
Además, incita a la trampantuja, a la mentira. Los noticieros de la televisión no dan la temperatura real. La bajan unos cuantos grados para no alarmar a la población, que ya está alarmada porque le han advertido que, en particular la gente mayor y los niños pueden caer desvanecidos en plena calle por el golpe de calor.
La humedad alcanza unos niveles muy altos, la presión atmosférica desciende. Humedad, baja presión, calor: ¡una combinación mefítica!.
Vienen los mosquitos por oleadas. Algunos propagan enfermedades como el dengue, el paludismo, la malaria –que una vez que se adquiere dura para toda la vida-.
Los fumigadores no dan abasto. Recorren piso por piso los edificios de apartamentos, porque cucarachas, hormigas y otros insectos aparecen sorpresivamente por todas partes, convocados por el calor.
La gente aprovecha los fines de semana largos para precipitarse en masa a las playas de la costa atlántica. Los que se quedan deambulan por las calles ardientes con la mirada fija, algunos con los ojos en blanco como los caballos cuando se desbocan, todos con su botella de agua empuñada. Cada tanto se echan un trago, pero el agua está caliente.
Es lo mismo, hay que beber mucho líquido -¡y nada de alcohol!- para evitar la deshidratación.
Se suspenden intermitentemente los suministros de energía eléctrica y agua. Los diarios publican las protestas de los damnificados. Siguen los cortes.
Las autoridades dicen que ésta es la peor ola de calor en 60 años. Muchos sostienen que los empleados que no tienen aire acondicionado en sus casas no regresan a ellas, concluída su jornada laboral, y se quedan a dormir en las oficinas. Probablemente exageran.
Cuando el sol al rojo vivo se va por la posta, incongruentemente hace más calor. No sopla una gota de aire; es más parece que no hay aire. No se pueden tocar las paredes porque queman. Uno siente que no puede respirar.
Sólo hace una semana que empezó el varano.
NOTA BENE.
No he leído este artículo, después de escribirlo. Estoy agotado. Es probable que haya dicho algún disparate, o que todo lo que he escrito sea un disparate. Ustedes perdonen. El sistema de aire acondicionado de mi casa ha reventado con un estampido fenomenal. Me parece que se me va a derretir el cerebro. Es el calor.
Ha llegado el verano.
(1) El río Matanza-Riachuelo, llamado Riachuelo en su desembocadura y río Matanza en la mayor parte de su desarrollo, es un curso de agua de 64 kilómetros al Este de Argentina y desemboca en el Río de La Plata. La contaminación del Riachuelo se debe a la acumulación en sus aguas de desechos de curtiembres, metales pesados y, principalmente, aguas servidas procedentes de las napas saturadas de toda la cuenca. Es el tercer río más contaminado del mundo. Su contaminación constituye un testimonio incuestionable de muchas décadas de desidia en materia de preservación medioambiental.
© José Luis Alvarez Fermosel
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