miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cuando Sadie murió

Llegó al estudio vestido con una chaqueta de “tweed” a pequeños cuadros, una polera de cuello volcado debajo, pantalones de franela gris y encima un abrigo ligero, porque en Nueva York hace mucho frío en invierno. Ella dijo:
- Había pensado preparar unos combina­dos de vermú. Y encender la chimenea. Y luego nos sentamos a brindar por la Navidad.
- Excelente idea.
La siguió con la mirada según se dirigía ella hacia el bar, situado en una esquina del cuarto. Vestía ropa de trabajo: una bata manchada de pintura sobre unos pantalones tejanos. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, apartado del exquisito perfil. Se movía con gracia y desenvoltura, caminando muy ergui­da, conforme suelen hacerlo las chicas de ele­vada estatura, como para desquitarse de los años en que se vieron obligadas a caminar encogidas, para parecer más bajas que los muchachos mas altos de la clase. Se volvió, y viendo que la miraba, sonrió visiblemente complacida.
- ¿Ginebra o vodka? –preguntó.
- Ginebra.
El primer párrafo es de un servidor, y muy bien podría servir de epígrafe para la foto que no es foto, sino un dibujo -tan bueno como todos los suyos-, de Carlos Freixas, de quien ya hemos hablado en este blog.
El texto en cursiva pertenece a la novela “Cuando Sadie murió”, de Ed McBain, muy bien traducida por Antonio Samos y editada por Bruguera.
El nombre de nacimiento de Ed McBain es Salvatore A. Lombino, nacido en Nueva York en 1926 y muerto en Conneticut en 2005. Su primer seudónimo fue Evan Hunter. Empezó a utilizarlo en 1952. E inmediatamente lo adoptó como nombre.
Más tarde usó otros “noms de plume”, como Richard Marston, Hunt Collins y Curt Canon.
Como Ed McBain, este escritor estadounidense de ascendencia italiana escribió una serie de interesantes novelas policiacas cuyos protagonistas son el inspector Steve Carella y otros detectives de la Comisaria 87 de Isola, una gran ciudad en la que no es difícil reconocer a Nueva York.
Salvatore también trabajó como guionista de cine. De su labor en este campo destaca el guión de la película “Los pájaros”, de Alfred Hitchcock.
Un drogadicto con los primeros síntomas del “mono” (síndrome de abstinencia) fuerza un piso aparentemente desocupado. Pero dentro estaba su propietaria. El intruso tira de navaja…
El caso parecía fácil, pero con harta frecuencia las cosas no son como parecen.
Una obra redonda, con todos los ingredientes de la “novela de procedimiento policial”, en la que su autor de múltiples nombres muestra un gran dominio del género y una encomiable maestría narrativa.
Otra virtud: sus personajes no son de cartón piedra. Por lo contrario, muestran una gran humanidad que trasciende el marco de sus respectivos encuadres.


© José Luis Alvarez Fermosel

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