lunes, 27 de diciembre de 2010

Charla de bar

Como si no tuviéramos bastante con la falta de monedas, ahora resulta que tampoco hay billetes, por lo menos de cien pesos.
Los jubilados -¡siempre los pobres jubilados!-, no cobran. El Banco Nación está sin dinero, sin billetes.
- Mi hijo menor está aterrado –me dice un amigo porteño que tiene varios hijos, alguno de corta edad-. Piensa que se acabó el dinero en Argentina, que los cajeros ya no aflojan la mosca, que se va a quedar sin la poca guita que le doy para sus golosinas.
- ¿No sabes la última?
–le pregunto a mi amigo-. Los billetes argentinos, por lo menos los de cien pesos están imprimiéndose ahora en Brasil. Como es lógico, muestran algunas diferencias con respecto a los pocos que todavía quedan aquí…
- ¡No me digas que los están tomando por falsos!
- ¡Tal cual!
Nos quedamos un rato los dos pensativos en el bar donde estamos tomando una cerveza, a ver si mitigamos así un poco el tremendo calor que hace, apenas una semana de haber empezado el verano.
- Ustedes nos han contagiado su surrealismo, gallego. Bueno, perdoná, que vos no sos gallego, sos madrileño.
- No te preocupes, hombre; ya sé que los argentinos nos llamáis cariñosamente gallegos a todos los españoles, aunque seamos de Calasparra.
- Calasparra, bonito nombre. ¿Dónde está eso?
- En Murcia, al sur de España.
- Pero volviendo al tema de los billetes, ¿creés que ésto se resolverá?
- Malamente, supongo.
- ¿Tendrá ésto algo que ver con los clásicos problemas del verano?
- Ve tú a saber; pero ya que tocaste el tema, están empezando a producirse los cortes de luz y la falta de agua.
Mi amigo, sin decir una palabra, me tiende un diario doblado por una hoja donde se lee la siguiente noticia: “Una noche a oscuras, sin energía eléctrica en miles de hogares de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, marcó los festejos de la Navidad, con temperaturas que llegaron a los 36 grados centígrados”.
Dejo el periódico sobre la barra del bar y le digo a mi amigo con melancólica ironía:
- Naturalmente; en verano hace mucho calor. Todo el mundo usa los acondicionadores de aire al tope, y las neveras, y entonces...
- ¡Se recalientan los generadores, o lo que carajo sea, y se producen los cortes! ¡Dios mío, la cantinela de todos los años!
- ¡Y que no llueva! Porque como también pasa siempre, año tras año, en cuanto empiece a llover a turbonadas, como en el trópico, como llueve ahora en Buenos Aires, volverá a inundarse todo, se producirán cuantiosas pérdidas materiales, morirá gente...!
- Aunque no llueva torrencialmente, ché. Conque llueva, no más, se inundarán barrios enteros. Gallego, ¿te acordás de aquel día que al salir de la radio te encontraste con que todo estaba sumergido, no se veía un palmo de tierra firme y te arrojaste al agua, intentando cruzar a nado la calle?
- Me acuerdo perfectamente. Arruiné un traje precioso de alpaca de seda.
- ¿Y las calles rotas? ¿Creés que algún día se repavimentará la ciudad?
- Si las calles están como están desde hace más de medio siglo, no creo que exista razón alguna que haga suponer que no seguirán rotas otros cincuenta años.
Pedí otras dos cervezas, que vinieron templadas porque en el bar habían tenido no sé qué problema con el frío. Claro, ¡con este calor…!
Pasados unos minutos y con nuestras cervezas tibias amarilleando sin espuma en el fondo de los vasos, casi intactas, me acerqué a la caja a pagar.
- ¡Uff, jefe, un billete de cien! ¿No tiene más chico?
Tuvo que pagar mi amigo con cambio –otra cosa que escasea-.
Salimos a las calles rotas. El calor era insoportable.
- ¿Qué murmurás? –me dijo mi amigo, que me oyó musitar algo “sotto voce”-.
- Nada, que me vino a la mente, por asociación de ideas, el nombre de un río que atraviesa el Cuzco; Watan-Watanay, que quiere decir en quechua: “Año tras año, qué cansancio”…


© José Luis Alvarez Fermosel

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