sábado, 27 de junio de 2009

Los circos de Monserrat

El eterno circo, un espectáculo casi tan antiguo como la misma fantasía, también tuvo auge en épocas pretéritas en la Reina del Plata, después de que se suspendió la lidia taurina y se demolió la plaza de toros de Montserrat, al sur de Buenos Aires, por un decreto firmado el 22 de octubre de 1799.
Entonces surgieron los circos en Montserrat, un barrio populoso y comercial del que también se ocupó el tango -que no desdeñó el tema del circo-.
"Eran espectáculos muy pa­recidos a los actuales y, desde luego, contaban con exhibicio­nes acrobáticas, malabarismos y números de atracción”, cuenta el historiador de Montserrat, Francisco Romay.
En 1834 llegó al barrio el cir­co Olímpico. Lo de siempre, ya entonces: viejas fieras tristes, “clowns” de rostros enharinados y rojas narizotas, un enteco tira­dor de revólver, funámbulos, "écuyères" y una pareja madura y melancólica, emparejada también en la vida real, que bai­laba el vals Boston.
Mas tarde, concretamente a principios de 1860, el circo Hipodrome sentaba sus reales en la mismísima plaza Montserrat, de la que aún queda un resto limi­tado por las calles Bernardo de Yrigoyen y Moreno y las avenidas Belgrano y Nueve de Julio.
En el Hipodrome de Luis Anselmi, que tenía más ínfulas que el Olímpico, si hemos de creer las crónicas de la época, tra­bajó el payaso Frank Brown, que ya estaba casado con Rosita de La Plata.
Otro famoso circo de Montse­rrat fue el Buckingham Palace, que ocupó un edificio situado en una manzana comprendida por las calles Lorea -hoy Presiden­te Luis Sáenz Peña-, Victoria -que ahora se llama Hipólito Yrigoyen-, Solís y la Avenida de Mayo. El edificio fue demolido a principios de 1910, cuando co­menzó a construirse la Plaza de los Dos Congresos, cerca del Parlamento.
En la manzana que hoy ocu­pa el Departamento Central de Policía levantaban su carpa de lona a rayas algunos circos, re­cuerda el cronista Alberto Pe­nas. Quienes se establecían allí con más frecuencia eran los de Raffaeto y Podestá-Scott.
El dueño de Raffaeto se hizo popular por su fuerza y se le apo­dó Cuarenta Onzas. En la arena del Podestá, donde actuó Pepino el 88 (foto), se presenta­ron las primeras pantomimas que dieron origen al teatro na­cional.
Circos románticos, seguramente con forzudos de retorcidos mostachos, pa­yasos con amores im­posibles –como siempre- y contorsionistas que se descoyuntarían al dudoso rit­mo de charangas verbene­ras, a la luz de fósforo violeta de herrumbrosas lámparas de gas.
Los circos de Montserrat forman parte de la historia de Buenos Aires, como sus túneles coloniales, sus esquinas tangueras y los teatros de variedades que cayeron bajo la piqueta del progreso.


© José Luis Alvarez Fermosel


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