El eterno circo, un espectáculo casi tan antiguo como la misma fantasía, también tuvo auge en épocas pretéritas en la Reina del Plata, después de que se suspendió la lidia taurina y se demolió la plaza de toros de Montserrat, al sur de Buenos Aires, por un decreto firmado el 22 de octubre de 1799.
Entonces surgieron los circos en Montserrat, un barrio populoso y comercial del que también se ocupó el tango -que no desdeñó el tema del circo-.
"Eran espectáculos muy parecidos a los actuales y, desde luego, contaban con exhibiciones acrobáticas, malabarismos y números de atracción”, cuenta el historiador de Montserrat, Francisco Romay.
En 1834 llegó al barrio el circo Olímpico. Lo de siempre, ya entonces: viejas fieras tristes, “clowns” de rostros enharinados y rojas narizotas, un enteco tirador de revólver, funámbulos, "écuyères" y una pareja madura y melancólica, emparejada también en la vida real, que bailaba el vals Boston.
Mas tarde, concretamente a principios de 1860, el circo Hipodrome sentaba sus reales en la mismísima plaza Montserrat, de la que aún queda un resto limitado por las calles Bernardo de Yrigoyen y Moreno y las avenidas Belgrano y Nueve de Julio.
En el Hipodrome de Luis Anselmi, que tenía más ínfulas que el Olímpico, si hemos de creer las crónicas de la época, trabajó el payaso Frank Brown, que ya estaba casado con Rosita de La Plata.
Otro famoso circo de Montserrat fue el Buckingham Palace, que ocupó un edificio situado en una manzana comprendida por las calles Lorea -hoy Presidente Luis Sáenz Peña-, Victoria -que ahora se llama Hipólito Yrigoyen-, Solís y la Avenida de Mayo. El edificio fue demolido a principios de 1910, cuando comenzó a construirse la Plaza de los Dos Congresos, cerca del Parlamento.
En la manzana que hoy ocupa el Departamento Central de Policía levantaban su carpa de lona a rayas algunos circos, recuerda el cronista Alberto Penas. Quienes se establecían allí con más frecuencia eran los de Raffaeto y Podestá-Scott.
El dueño de Raffaeto se hizo popular por su fuerza y se le apodó Cuarenta Onzas. En la arena del Podestá, donde actuó Pepino el 88 (foto), se presentaron las primeras pantomimas que dieron origen al teatro nacional.
Circos románticos, seguramente con forzudos de retorcidos mostachos, payasos con amores imposibles –como siempre- y contorsionistas que se descoyuntarían al dudoso ritmo de charangas verbeneras, a la luz de fósforo violeta de herrumbrosas lámparas de gas.
Los circos de Montserrat forman parte de la historia de Buenos Aires, como sus túneles coloniales, sus esquinas tangueras y los teatros de variedades que cayeron bajo la piqueta del progreso.
Entonces surgieron los circos en Montserrat, un barrio populoso y comercial del que también se ocupó el tango -que no desdeñó el tema del circo-.
"Eran espectáculos muy parecidos a los actuales y, desde luego, contaban con exhibiciones acrobáticas, malabarismos y números de atracción”, cuenta el historiador de Montserrat, Francisco Romay.
En 1834 llegó al barrio el circo Olímpico. Lo de siempre, ya entonces: viejas fieras tristes, “clowns” de rostros enharinados y rojas narizotas, un enteco tirador de revólver, funámbulos, "écuyères" y una pareja madura y melancólica, emparejada también en la vida real, que bailaba el vals Boston.
Mas tarde, concretamente a principios de 1860, el circo Hipodrome sentaba sus reales en la mismísima plaza Montserrat, de la que aún queda un resto limitado por las calles Bernardo de Yrigoyen y Moreno y las avenidas Belgrano y Nueve de Julio.
En el Hipodrome de Luis Anselmi, que tenía más ínfulas que el Olímpico, si hemos de creer las crónicas de la época, trabajó el payaso Frank Brown, que ya estaba casado con Rosita de La Plata.
Otro famoso circo de Montserrat fue el Buckingham Palace, que ocupó un edificio situado en una manzana comprendida por las calles Lorea -hoy Presidente Luis Sáenz Peña-, Victoria -que ahora se llama Hipólito Yrigoyen-, Solís y la Avenida de Mayo. El edificio fue demolido a principios de 1910, cuando comenzó a construirse la Plaza de los Dos Congresos, cerca del Parlamento.
En la manzana que hoy ocupa el Departamento Central de Policía levantaban su carpa de lona a rayas algunos circos, recuerda el cronista Alberto Penas. Quienes se establecían allí con más frecuencia eran los de Raffaeto y Podestá-Scott.
El dueño de Raffaeto se hizo popular por su fuerza y se le apodó Cuarenta Onzas. En la arena del Podestá, donde actuó Pepino el 88 (foto), se presentaron las primeras pantomimas que dieron origen al teatro nacional.
Circos románticos, seguramente con forzudos de retorcidos mostachos, payasos con amores imposibles –como siempre- y contorsionistas que se descoyuntarían al dudoso ritmo de charangas verbeneras, a la luz de fósforo violeta de herrumbrosas lámparas de gas.
Los circos de Montserrat forman parte de la historia de Buenos Aires, como sus túneles coloniales, sus esquinas tangueras y los teatros de variedades que cayeron bajo la piqueta del progreso.
© José Luis Alvarez Fermosel
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