miércoles, 18 de febrero de 2009

Sobre las vacaciones

Cientos de seres humanos se mueren en Japón por exceso de trabajo. El año pasado sucumbieron 147, informó el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar -de la salud y del bienestar no parecen ocuparse en esa dependencia oficial-
Otra gente -más de medio centenar de personas, últimamente- se suicida por no poder resistir la presión laboral. La cifra es récord, según la agencia Kyodo.
La muerte por trabajar demasiado se llama “karoshi” en Japón, por cierto.
En el viejo Imperio del Sol Naciente se resisten a conceder vacaciones a los trabajadores. Lo mismo pasa en otros países orientales. Las sectas, que son muchas en esas latitudes, exigen una dedicación plena y un trabajo exhaustivo.
Fuera de Japón, hay mucha gente que reniega, o peor aún, abomina de las vacaciones. Sostienen que hay que trabajar, trabajar y trabajar, se necesite o no, por sistema y por principio.
¿No era que el trabajo es una maldición bíblica, que el hombre tiene que ganarse el pan con el sudor de su frente en expiación del llamado por los católicos Pecado Original de nuestros primeros padres?
Uno ha vivido prolongados períodos de su agitada vida sin necesidad de tener que trabajar. Y ha vivido muy bien.
También ha pasado vacaciones espléndidas. Quizás por eso, y por lo consignado anteriormente, sea más partidario de las vacaciones que del trabajo, sin que ello signifique que uno sea un vago.
Pero dejemos que hablen otros que saben más que nosotros.
Los estadounidenses afirman que no por trabajar mucho se trabaja mejor. La práctica dosificada del ocio inteligente aumenta, o al menos mejora la productividad.
Nuestros poderosos vecinos del Norte –ahora en crisis- y otros no tan poderosos, pero sí tan listos, consideran que la adicción al trabajo y su consecuencia más inmediata, el estrés, es diametralmente opuesta al “thinking time”, o tiempo de pensar, porque la sobrecarga laboral y la consiguiente falta de tiempo producen altos niveles de estrés, que influyen negativamente en el rendimiento.
Tomémonos vacaciones, entonces. Preocupémonos por nuestra calidad de vida, con todo lo que ésta implica de tranquilidad y relajamiento, a los que se vuelve como un bien impagable.
Trabajar, sí; pero no matarse, como en Japón, donde el gobierno ha reconocido que es posible morir por la falta de descanso de las obligaciones laborales. Suena espantoso.



© José luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡A mí me encanta trabajar! Pero... Ahora, hablando en serio, me encantaría trabajar pero muchííísimo menos. Estoy totalmente de acuerdo con las vacaciones y pienso que, a medida que pasan los años, le gente tendría que trabajar menos horas o hacer los fines de semana de 3 ó 4 días. Lo importantísimo sería que los muy jóvenes trabajaran como lo hicimos los que hoy pasamos de los 50. Por lo menos, compensaría. Lo felicito por el blog,Caballero.
Besos. Fany.

Anónimo dijo...

Fany: ¡Ay, los jóvenes...! No le pidas peras al olmo, querida. Por otra parte, me alegra que estemos de acuerdo y que reconozcamos que el ocio inteligente de los antiguos romanos no está nada mal. Cariños.