viernes, 13 de febrero de 2015

Miseriucas de miserables



Se habla de imponer planes de ahorro a las casas reales en tiempos de ajustes que aprietan casi hasta la asfixia a países con regímenes democráticos.
La reina Isabel II de Inglaterra, unas de las soberanas más ricas del mundo, por su casa, se ha puesto a ahorrar. Deambula de noche con una linterna encendida por las habitaciones del palacio de Buckingham, donde reside, y apaga las luces que se han dejado encendidas. Aprovecha los sobres de las cartas que recibe para escribir en el dorso las instrucciones a sus empleados y personal de servicio.
Fuentes inobjetables informaron de este grotesco, que es una gota de agua en la inmensidad del mar de escándalos que dio la monarquía inglesa toda la vida.
Hace muchos años entrevisté, gracias a una gestión de Claus Von Bulow, al millonario estadounidense Paul Getty, el rey del petróleo, en su residencia de Sutton Place, cerca de Guilford, Inglaterra. Getty me cobró los cafés que mandó que me sirvieran durante cada uno de los tres días que duró la entrevista (media hora diaria).
No sólo los reyes y los millonarios, también otros seres destacados se distinguen por sus miseriucas.
Voy a traer aquí sólo dos de los ejemplos que recoge Francisco Umbral en su libro Las palabras de la tribu.
Miguel de Unamuno, el gran pensador español del siglo XX, junto con Ortega y Gasset, tras haberse dejado invitar continuamente por un amigo que lo visita en Salamanca, renuncia a que le pague el café de despedida en la estación, diciendo:
- ¡De ninguna manera, cada uno se paga lo suyo!
El escritor Gerardo Diego, de quien Borges decía, y con razón, que en vez de tener un nombre y un apellido, como todo el mundo, tenía dos nombres, era cobarde y avariento, según Umbral, que relata el siguiente sucedido:
En el café dio siempre cincuenta céntimos de propina a Pedro, el camarero. Incluso para la época era poco. Un día se le cayeron las cinco monedas de diez céntimos al suelo y le dijo al mozo, al irse:
-Por ahí se ha caído la propina. Búsquela.
Diego mandaba a los concursos literarios la plica en sobre transparente, de modo que los jurados leían “Gerardo Diego” y le daban el premio, todos los premios.
Desilusiona conocer personalmente a muchas lumbreras de las letras y otras disciplinas relacionadas con el arte, la cultura, la ciencia, ni que hablar de la política, la diplomacia, la farándula, el deporte y un interminable etcétera.
Uno se hace a la idea de que personalmente han de ser tal como escriben, o como brillan en otras actividades. Casi nunca es así, y uno se lleva grandes chascos. Y grandes alegrías cuando
se encuentra con las excepciones que confirman la regla.

© José Luis Alvarez Fermosel

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