Se habla de imponer planes de ahorro a las
casas reales en tiempos de ajustes que aprietan casi hasta la asfixia a países
con regímenes democráticos.
La reina Isabel II de Inglaterra, unas de
las soberanas más ricas del mundo, por su casa, se ha puesto a ahorrar. Deambula
de noche con una linterna encendida por las habitaciones del palacio de
Buckingham, donde reside, y apaga las luces que se han dejado encendidas. Aprovecha
los sobres de las cartas que recibe para escribir en el dorso las instrucciones
a sus empleados y personal de servicio.
Fuentes inobjetables informaron de este
grotesco, que es una gota de agua en la inmensidad del mar de escándalos que dio
la monarquía inglesa toda la vida.
Hace muchos años entrevisté, gracias a una
gestión de Claus Von Bulow, al millonario estadounidense Paul Getty, el rey del
petróleo, en su residencia de Sutton Place, cerca de Guilford, Inglaterra.
Getty me cobró los cafés que mandó que me sirvieran durante cada uno de los
tres días que duró la entrevista (media hora diaria).
No sólo los reyes y los millonarios,
también otros seres destacados se distinguen por sus miseriucas.
Voy a traer aquí sólo dos de los ejemplos
que recoge Francisco Umbral en su libro Las palabras de la tribu.
Miguel de Unamuno, el gran pensador
español del siglo XX, junto con Ortega y Gasset, tras haberse dejado invitar
continuamente por un amigo que lo visita en Salamanca, renuncia a que le pague
el café de despedida en la estación, diciendo:
- ¡De ninguna manera, cada
uno se paga lo suyo!
El escritor Gerardo Diego, de quien Borges
decía, y con razón, que en vez de tener un nombre y un apellido, como todo el
mundo, tenía dos nombres, era cobarde y avariento, según Umbral, que relata el
siguiente sucedido:
En el café dio siempre cincuenta céntimos de propina a Pedro, el
camarero. Incluso para la época era poco. Un día se le cayeron las cinco
monedas de diez céntimos al suelo y le dijo al mozo, al irse:
-Por ahí se ha caído la
propina. Búsquela.
Diego mandaba a los concursos literarios
la plica en sobre transparente, de modo que los jurados leían “Gerardo Diego” y
le daban el premio, todos los premios.
Desilusiona conocer personalmente a muchas
lumbreras de las letras y otras disciplinas relacionadas con el arte, la
cultura, la ciencia, ni que hablar de la política, la diplomacia, la farándula,
el deporte y un interminable etcétera.
Uno se hace a la idea de que personalmente
han de ser tal como escriben, o como brillan en otras actividades. Casi nunca
es así, y uno se lleva grandes chascos. Y grandes alegrías cuando
se encuentra con las excepciones que
confirman la regla.
© José Luis Alvarez Fermosel
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