viernes, 10 de octubre de 2014

Detectives de hotel



Los detectives de hotel existen, fuera del cine y las novelas policíacas de estilo inglés. Los  sucesores de Allan Pinkerton, un ex tonelero escocés nacionalizado estadounidense, creador de la primera agencia de investigación privada, los enviaron a los hospedajes de lujo del gran mundo, hábitat favorito de los ladrones internacionales. 
Su trabajo, naturalmente, pasa inadvertido. Reciben diversos nombres: ejecutivos, supervisores, vigilantes, auditores internos. Suelen ser ex policías, o ex agentes de otros servicios de seguridad. Algunos están especializados en turismo y todos cuentan con aparatología computadorizada de última generación.
Su principal ocupación, en realidad, es mantener el orden interno: evitar incidentes que molesten a los huéspedes, atender sus reclamaciones, guardar lo que se dejan olvidado hasta que se les devuelva; descubrir los hurtos de los empleados y otros delitos e impedir que se
Porque ya no hay ladrones de hotel propiamente dichos. En los “roaring twenties” –y aún después- en el vestíbulo, el bar, el restaurante y los salones del hotel de lujo se reunían con frecuencia a tomar copas, o el té a la inglesa, los representantes de la todavía no denominada “jet set”, pero que sí era la nata y la flor de la sociedad. (Los escritores, pintores y otros artistas se encastillaron siempre en los cafés, muchos de los cuales se convirtieron en literarios.)

Acechantes como guepardos en la selva

Los ladrones internacionales fingían con gran habilidad ser aristócratas y millonarios. Les ayudaban eficazmente sus excelentes modales –muchos procedían de buenas familias, habían recibido una excelente educación y hablaban varios idiomas-. Se hospedaban en hoteles lujosos y caros, en los que acechaban a sus presas como guepardos en la selva a las gacelas Thompson.
Uno de los más conspicuos fue el ruso Serge Rubinstein. Se hacía pasar por conde. Operó en Tokio, Londres, Toronto, París, Zurich y Nueva York.
Otro... “aristócrata”, Víctor Lustig –uno de sus 23 alias-, timador norteamericaano de alto copete, tenía el estilo de un diplomático, el efectismo de un actor profesional y la voracidad de un tiburón. ¡Vendió dos veces la torre Eiffe! Y desconcertó a la policía en dos continentes durante 20 años.
No le fue a la zaga Stephen Weinberg, nacido en el barrio neoyorquino de Brooklyn y ciudadano del mundo. Vivía por temporadas en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Ladrón contumaz y asesino ocasional, murió en la horca.
La policía local, la Interpol y en algún caso agentes secretos, que contaron con la ayuda inapreciable de los detective de hotel, terminaron con las actividades delictivas de estos buscones internacionales. 
Gentes noveleras y aficionadas a las historias de los policías y los ladrones convencionales de las narraciones de Conan Doyle, Edgar Wallace, Agatha Christie o el comisario -¡no inspector, no le degraden!- Maigret de George Simenon gustan de los detective de hotel, que también pasaron por el cine.
A algunos los presentaban como cabezas locas que se reformaron y pusieron al servicio de la ley los conocimientos y habilidades que adquirieron en sus vidas de juerguistas. Otros se mostraban como graves señores de mediana edad, más bien gordos, con trajes oscuros brillantes por el uso, relojes de bolsillo y revólveres enormes enfundados en pistoleras axilares.

De origen polaco…

Vaya para los lectores imaginativos y chispeantes, que a veces tejen sus propias intrigas y aman el color local, un arquetipo de detective de hotel, más listo que siete brujas, que urde con astucia endiablada una compleja trama destinada a poner ciertas cosas en su sitio. El detective es Tony Reseck, de origen polaco “(…) de edad madura, bajito, pálido, barrigudo, de largos y delicados dedos que acariciaban el diente de alce que pendía de la cadena de su reloj de bolsillo; dedos largos y delicados, de ilusionista, bien delineados, de afilados extremos. Dedos hermosos. Tony Reseck se frotó las manos suavemente. Había paz en sus tranquilos ojos grisáceo.
La música le molestaba. Se levantó con singular agilidad, de un solo movimiento, sin apartar las manos de la cadena del reloj. Sentado con sosiegoen determinado momento, al siguiente ya estaba erguido, aplomado sobre los pies, completamente inmóvil, tanto, que el movimiento de levantarse se habría dicho acción imperfectamente percibida, error visual…”
Redeck, detective del hotel Windermere de Los Ángeles, es el personaje central de uno de los mejores cuentos cortos de Raymond Chandler: “Estaré esperando”.
En ese relato de Chandler no aparece su mítico detective Philip Marlowe.

© José Luis Alvarez Fermosel

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