miércoles, 15 de octubre de 2014

Una flor azul los acerca y los separa



Pasaron cinco minutos de las ocho y media. De la noche, claro. La pareja cenó temprano, a la luz de las velas y con una flor azul lavanda entre ambos.
Después de cenar brindaron con champán, porque quizás no haya bebida más noble para brindar.
Están solos. ¡Qué sencillos sus atuendos y el mobiliario de la habitación! Sillas diferentes.
Rojos, grises y verdes. Colores definidos, no violentos. Un dibujo magnífico, esquemático pero precioso.
El candelabro tiene veleidades de arbusto. El rostro de la señora,  ligeramente daliniano, tiene sólo un ojo que se ve. Toma su copa con delicadeza. El, más rotundo, casi empuña la suya. Tiene un bigote de otros tiempos y una extraña perilla que termina en un gancho.
Arden las velas. La flor azul se curva en el florero. La botella  tapada dentro del cubo con hielo parece una cara por voluntad del dibujante. 
Trazo moderno, suelto, seguro, con un toque surrealista. Una  acuarela, tiene todas las características.
Parte de mi niñez transcurrió entre acuarelas, nevadas, el olor a café y a brandy de las sobremesas de los domingos, las novelas de aventuras y el regaliz.
Se ve que la señora propone el brindis, porque tiene la boca abierta, como si estuviera hablando. ¿Por qué brindarán? ¿Por un reencuentro, por un aniversario, por haber recibido una buena noticia, o sencillamente porque pueden, quieren, les da la gana y tienen una botella de champán, o de vino blanco a mano?
Hermoso, de cualquier manera, el brindis inmortalizado por un artista, desconocido para nosotros, que no pudo ser más expresivo, ni tener mejor dominio del dibujo –tendente a la caricatura-, el escorzo y el color.
Por eso creó una imagen tan bella en su composición simplista, en la que no falta un detalle. Tampoco sobra nada.
Eso es lo bueno.

© José Luis Alvarez Fermosel

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