Sí, señores, la dama del dedo está absuelta. Absuelta por hacer con el dedo un gesto que es más bien grosero, más o menos como el corte de manga.
El tal gesto, en estos días, es un grano de anís, comparado con las cosas que se hacen, se dicen y se escriben en todas partes, incluídas las paredes.
Además, hay otros gestos más groseros. Y, lo que es peor, actitudes que son la quintaesencia misma de la grosería.
Eso por una parte. Por la otra, sabe Dios qué o quiénes habrán inducido a una señora tan fina a levantar su dedo así, más en plan de admonición que de insulto, nos parece a nosotros.
De cualquier modo, es evidente que la señora no ha perdido la calma. Se ve, por la expresión de su rostro, tan armónico, tan delicado, que, eso sí, está contrariada, por no decir airada, pero mantiene la calma y la clase. Sólo una señora con su estilo puede permitirse el lujo de hacer esos ademanes.
Hay como una sintonía en positivo, como una cierta sordina en esta imagen. La dama está enojada, tal vez, y seguramente que con toda la razón del mundo, pero no se ha salido de madre. Levanta el dedo, pero no pierde la compostura.
Da gusto verla tan arregladita, con su elegante blusa blanca y su camafeo. Y el dedo enhiesto.
Por eso, y porque es evidente que, sin un motivo más que justificado, ella hubiera sido incapaz de hacer un gesto que no fuera “beau”, da gusto verla.
Absuelta, entonces. Con todas las de la ley. El suyo es un caso clarísimo de defensa propia sin extralimitación alguna.
Ella, en esa tesitura y con su dedo posicionado, como se dice ahora, luce bien, se ve incluso elegante en su resolución, apenas ligeramente categórica, en su caso.
¡Diga usted que sí, señora!
© José Luis Alvarez Fermosel
El tal gesto, en estos días, es un grano de anís, comparado con las cosas que se hacen, se dicen y se escriben en todas partes, incluídas las paredes.
Además, hay otros gestos más groseros. Y, lo que es peor, actitudes que son la quintaesencia misma de la grosería.
Eso por una parte. Por la otra, sabe Dios qué o quiénes habrán inducido a una señora tan fina a levantar su dedo así, más en plan de admonición que de insulto, nos parece a nosotros.
De cualquier modo, es evidente que la señora no ha perdido la calma. Se ve, por la expresión de su rostro, tan armónico, tan delicado, que, eso sí, está contrariada, por no decir airada, pero mantiene la calma y la clase. Sólo una señora con su estilo puede permitirse el lujo de hacer esos ademanes.
Hay como una sintonía en positivo, como una cierta sordina en esta imagen. La dama está enojada, tal vez, y seguramente que con toda la razón del mundo, pero no se ha salido de madre. Levanta el dedo, pero no pierde la compostura.
Da gusto verla tan arregladita, con su elegante blusa blanca y su camafeo. Y el dedo enhiesto.
Por eso, y porque es evidente que, sin un motivo más que justificado, ella hubiera sido incapaz de hacer un gesto que no fuera “beau”, da gusto verla.
Absuelta, entonces. Con todas las de la ley. El suyo es un caso clarísimo de defensa propia sin extralimitación alguna.
Ella, en esa tesitura y con su dedo posicionado, como se dice ahora, luce bien, se ve incluso elegante en su resolución, apenas ligeramente categórica, en su caso.
¡Diga usted que sí, señora!
© José Luis Alvarez Fermosel
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