Hay un guiso que no es tal, en realidad, sino una manera de asar mariscos propia de las Dry Salvages (salvages con g porque es inglés): las rocas de Cape Ann, en Massachusetts (al nordeste de los Estados Unidos, sobre el oceáno Atlántico).
Es el clambake, que se cocina junto al mar. Primero se calientan las rocas con antorchas, que es lo más cómodo. Cuando la piedra está casi incandescente, se tienden algas sobre ellas hasta cubrirlas y encima se disponen langostas, almejas, cualquier otro marisco que tengamos a mano –siempre y cuando sea molusco o crustáceo-, y maíz. Se cubre todo con una tela embreada, que hace el efecto de horno. Al cabo, se retira. El resultado no puede ser más satisfactorio.
¿Habrán tomado de la técnica del clambake los chilenos la suya del curanto en piedra, consistente en introducir bajo tierra ardiente carnes, pescados, mariscos, embutidos y verduras y dejar todo así hasta que se cocine? ¿O yanquis y chilenos se sacaron de la manga, cada uno por su lado, esta manera de preparar comida? Lo que parece evidente es que el rudimentario sistema es de procedencia aborígen.
El clambake es uno de los platos más tradicionales y sofisticados de Nueva Inglaterra. De postre, pasteles borrachos embebidos en jarabe de savia de arce. Gastronomía estadounidense.
Otro día hablaremos del chile and beans, un guiso que viene de México y de ahí pasó a los Estados Unidos.
Está bien disfrutar del clambake a la luz de la luna en buena compañía, antes o después –según el gusto del consumidor-, de haber leído algún poema acerca del mar, preferiblemente de T. S. Eliot, que no describe el mar, sino que se lo mete a uno dentro.
Y aquí se me plantea a mí ahora el problema, porque quería cerrar, precisamente, con un poema de Eliot sobre el mar y no me acuerdo más que de un fragmento, y ni siquiera del título. Sepan ustedes disculpar.
El río está dentro de nosotros, el mar está alrededor
de nosotros,
el mar es también el borde de la tierra, el granito
que alcanza, las playas a donde arrojan
sus insinuaciones de una creación anterior y diversa
la estrella de mar, el cangrejo de herradura, el
espinazo de la ballena,
las pozas donde ofrece a nuestra curiosidad
las algas más delicadas y la anémona de mar.
Arroja nuestras pérdidas, la red desgarrada,
la nasa de langostas destrozada, el remo roto
y las pertenencias de extranjeros muertos. El mar
tiene muchas voces,
muchos dioses y muchas voces.
© José Luis Alvarez Fermosel
Es el clambake, que se cocina junto al mar. Primero se calientan las rocas con antorchas, que es lo más cómodo. Cuando la piedra está casi incandescente, se tienden algas sobre ellas hasta cubrirlas y encima se disponen langostas, almejas, cualquier otro marisco que tengamos a mano –siempre y cuando sea molusco o crustáceo-, y maíz. Se cubre todo con una tela embreada, que hace el efecto de horno. Al cabo, se retira. El resultado no puede ser más satisfactorio.
¿Habrán tomado de la técnica del clambake los chilenos la suya del curanto en piedra, consistente en introducir bajo tierra ardiente carnes, pescados, mariscos, embutidos y verduras y dejar todo así hasta que se cocine? ¿O yanquis y chilenos se sacaron de la manga, cada uno por su lado, esta manera de preparar comida? Lo que parece evidente es que el rudimentario sistema es de procedencia aborígen.
El clambake es uno de los platos más tradicionales y sofisticados de Nueva Inglaterra. De postre, pasteles borrachos embebidos en jarabe de savia de arce. Gastronomía estadounidense.
Otro día hablaremos del chile and beans, un guiso que viene de México y de ahí pasó a los Estados Unidos.
Está bien disfrutar del clambake a la luz de la luna en buena compañía, antes o después –según el gusto del consumidor-, de haber leído algún poema acerca del mar, preferiblemente de T. S. Eliot, que no describe el mar, sino que se lo mete a uno dentro.
Y aquí se me plantea a mí ahora el problema, porque quería cerrar, precisamente, con un poema de Eliot sobre el mar y no me acuerdo más que de un fragmento, y ni siquiera del título. Sepan ustedes disculpar.
El río está dentro de nosotros, el mar está alrededor
de nosotros,
el mar es también el borde de la tierra, el granito
que alcanza, las playas a donde arrojan
sus insinuaciones de una creación anterior y diversa
la estrella de mar, el cangrejo de herradura, el
espinazo de la ballena,
las pozas donde ofrece a nuestra curiosidad
las algas más delicadas y la anémona de mar.
Arroja nuestras pérdidas, la red desgarrada,
la nasa de langostas destrozada, el remo roto
y las pertenencias de extranjeros muertos. El mar
tiene muchas voces,
muchos dioses y muchas voces.
© José Luis Alvarez Fermosel
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