miércoles, 9 de septiembre de 2009

El imperio del ocio (III)

En Chicago son suficientes cinco hombres -en la fábrica Raytheon- para producir cuatro aparatos de televisión cada ocho horas. En consecuencia, han pedido que se disminuya su trabajo a 20 horas por semana.
En Dniepropetrovsk (Ucrania), un solo técnico dirige a 80 robots que extraen y transportan automáticamente el carbón. Los mineros liberados por las máquinas han encontrado nuevos empleos que les facilitan el medio de ampliar sus estudios con menos horas de dedicación.
En Decazeville (Francia), los mineros protestaron, tiempo ha. Tenían miedo de la automatización. Temían que el trabajo manual se convirtiera en algo caduco. Todavía no comprendían que ello reportaría la ventaja de la intelectualización de las masas.
Pero hay algo cierto: en el 2.030 las fábricas y las minas estarán casi desiertas, mientras que las oficinas y los centros de investigación bullirán como los hormigueros. Los think tanks, o laboratorios de ideas, se multiplicarán espectacularmente
Al mismo tiempo, alrededor de esta revolución industrial ya ha surgido otra que atañe a la administración y al comercio, que también están automatizados. Las computadoras clasifican, cuentan, restan, deciden. Sustituyen implacablemente a los planteles de funcionarios.
El economista Alfred Sauvy afirma: “Ni un solo sector escapará a la acción de las máquinas. La producción será tremendamente elevada y el nivel de vida aumentará tres veces y media en la Europa de las postrimerías del siglo XXI.”
No se trata de una simple profecía. La futurología del ocio nos acecha. Los niños que ahora tienen 10 años encontrarán perfectamente natural, cuando sean hombres hechos y derechos, disponer de ocho horas de libertad creativa diaria y tres días de asueto por semana.
La gente podrá jubilarse entre los 40 y los 50 años, sobre una esperanza de vida de por lo menos 90 años. No se trata de una profecía: la futurología del ocio nos acecha.
“Ahora bien, ¿qué hará la gente con tanto tiempo libre?”, se pregunta el sociólogo Joffre Dumazedier. Las zonas verdes de las ciudades serán condenadas irremisiblemente ante el avance de los pueblos-tentáculos. Si no se preservan los ríos de los epicentros industriales, la pesca -deporte que actualmente distrae a tantos millones de seres en el mundo- no será más que un simple recuerdo. Lo mismo pasará con el golf.
Las personas mejor dotadas intelectualmente sentirán la fiebre de aumentar su cultura. Los más iletrados querrán ilustrarse. En menos de 30 años, multitudes de adultos se volcarán al estudio. Como prevén ya los especialistas en la materia, los empleos técnicos absorberán las tres cuartas partes de los efectivos de la industria.
Estamos en trance de vivir una formidable revisión de nuestras costumbres. Antes -y todavía- se leían novelas en solitario, se salía con la novia o la esposa, uno iba al café y se reunía en él con cuatro amigos. La cultura de las masas será más colectiva dentro de 20 años.
Los televidentes participan ya en sus propias casas de las ceremonias públicas. El ocio grupal organizado por las empresas, las municipalidades y los clubes dará paso a una nueva era.
En un sólo año, Nueva York y Washington han creado más de 500 cine clubes y 750 bibliotecas gratuitas. París ha lanzado 50 casas de juventud y un sólo club ha difundido 75.000 entradas de teatro y conciertos.
Muy pronto la Mundovisión, uno de los consorcios televisivos internacionales, habrá multiplicado el número de cadenas nacionales e internacionales por 20 o por 30.



© José Luis Alvarez Fermosel

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