lunes, 7 de septiembre de 2009

El imperio del ocio

No mucho después de la mitad del tercer milenio habremos construído ciudades bajo el mar, declaró recientemente un sabio norteamericano de los laboratorios de la firma Martin.
El científico formuló el anuncio de la inminente conquista de los fondos submarinos, que seguirá a la de los espacios siderales.
No se trata de ciencia ficción. Quizás muy pronto pueda edificarse una casa submarina a 300 metros de profundidad en la bahía de Villefranche, en la Costa Azul, a fin de ofrecer un refugio a los buzos.
Los expertos afirman que la maestría de los elementos será de aquí a poco más de 10 años uno de los trazos característicos de un nuevo imperio: el imperio del ocio.
Los turistas descenderán a zonas abismales en batiscafo y se pasearán confortablemente a 4.000 metros bajo el mar para visitar las nuevas estaciones submarinas.
La gente podrá seguir en esos establecimientos curas de reposo e ingerir alimentos desconocidos en la superficie. Para los paseos se utilizará el cabriolet submarino.
Pero no sólo viajar al fondo del mar será algo normal y corriente en el tercer milenio. También iremos al fondo de la tierra. Experiencias subterráneas en Nevada (Estados Unidos), acaban de abrir el camino a las excavaciones bajo la corteza terrestre.
Uno de los técnicos, Gerald Johnson, ha dicho: ”En poco tiempo más dispondremos de explosivos nucleares perfectamente apropiados y seremos capaces de horadar el suelo hasta profundidades insondables”.
Una sola de esas explosiones puede volatilizar 8.000 metros cúbicos de golpe y tapizar de fibra de vidrio las paredes de la caverna formada.
Una nueva dimensión se ofrecerá a los hombres: las profundidades de la tierra. En algunos lugares, el globo terráqueo recordará a un gigantesco queso de Gruyère.
Minas, centrales nucleares, laboratorios y estaciones térmicas surgirán como hongos después de la lluvia y se constituirán en atracciones turísticas.
En menos de 25 años se habrán instalado centros espaciales denominados Islas Satélites de la Estratosfera alrededor de todo el mundo.
Los especialistas norteamericanos de la NASA, los rusos y el ingeniero francés René Serger estudian las próximas instalaciones, en las cuales vivirán y trabajarán los astronautas, los biólogos y los astrónomos.
Gracias a los observatorios astronómicos edificados sobre tales estaciones, y de acuerdo con las afirmaciones del astrónomo Arthur G. Lowell, profesor de la universidad de Manchester (Inglaterra), pronto podremos conocer los confines más remotos del universo tan bien como los de nuestra propia casa.
La vuelta al mundo desde las plataformas espaciales equivaldrá a las vacaciones de hoy en la playa o en la montaña. Nuevas técnicas -la propulsión nuclear y el dominio humano sobre las balas del espacio, controladas en el seno del pasillo de las ondas- harán posible este viaje.
El biólogo Boris Klossovski, de la Academia de Medicina de Moscú, ha constatado ya hace tiempo que las células vivas puestas a bordo de las cápsulas espaciales se aligeran y rejuvenecen con una rapidez pasmosa.
Es posible anticipar -ha dicho el científico- que en un futuro no muy lejano tengamos clínicas satelizadas, a las cuales irán a reponerse y descansar pacientes aquejados de diversas enfermedades.
Dentro de muy poco se hablará con toda seriedad de ofrecer a la gente curas de rejuvenecimiento en las estaciones espaciales.
Para esa fecha, los parajes naturales descubiertos en las entrañas de la tierra, en las alturas estratosféricas o en la inmensidad azul del universo nos resultarán familiares.
De aquí a poco más de una década, las llanuras y las costas de Europa se verán consteladas de alas de todos los tamaños y colores. El mito de Icaro se convertirá en realidad.
Muchos jugarán a ser peatones del aire. Esperamos dominar la propulsión muy pronto, dijo editorialmente no hace mucho la revista Nature.
Aparece ya como evidente que dentro de muy poco tiempo el imperio del ocio catapultará a las multitudes a una intensa circulación por todo nuestro planeta. El aerobús popular transporta ya fácilmente a centenares de viajeros y cerca de 100 toneladas de peso adicional por el aire.
Quizá para mediados del siglo XXI exista ya un puente entre el estrecho de Mesina y el de Gibraltar.
Las autopistas super elevadas de casi todos los países de Europa habrán sido ya tendidas y se podrá enfilar la ruta París-Roma a 350 kilómetros por hora con toda seguridad.
Los constructores ya se han puesto de acuerdo: los automóviles serán mañana limpios y silenciosos. Tras el coche de turbina, dentro de poco estará en danza el coche eléctrico.
Los norteamericanos piensan en utilizar para los coches combustibles químicos fusionados. En las estaciones de servicio del futuro se podrán pedir, por ejemplo, veinte cubos de reacción. Y se proporcionará al usuario un paquete de pequeñas cápsulas sólidas que garantizarán 3.000 kilómetros/hora de autonomía.
Pronto no habrá un solo kilómetro cuadrado de cualquiera de los cinco continentes que no haya sido hollado por el pie del hombre. La curiosidad de la gente será insaciable.
Una escena cada vez más frecuente anuncia ya esta mentalidad del imperio del ocio. En el paisaje bíblico de Neguev (Israel) los socios del Club Mediterráneo atraviesan el desierto en pantalón corto para visitar las minas del rey Salomón.
No son ricos terratenientes, sino simples funcionarios, o modestos cuellos blancos de Nimes, Bruselas, Boston o Madrid.
Cada región del orbe será pronto tan conocida como los barrios céntricos de las actuales ciudades.
Ya los esquimales y los papúes siguen los mismos partidos de fútbol por la Mundovisión; pero pronto se acostumbrarán a vivir en el mismo tipo de casas prefabricadas y se desplazarán en los mismos automóviles que utilizará la civilización avanzada.


© José Luis Alvarez Fermosel

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