miércoles, 23 de septiembre de 2009

De tiranos y pájaros

Una paginita hermosa de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), un gran escritor y un gran señor, que escribía a mano con una pequeña pluma estilográfica Pelikan.
Nacido en el seno de una familia acomodada en Buenos Aires, pudo dedicarse a la literatura y, al mismo tiempo, apartarse de figurones, críticos, “filósofos”, esnobs y analfabetos ilustrados que creían que ellos eran la literatura. Los de hoy también lo creen.
Escribió su primer relato, Iris y Margarita a los once años. Pasó por la Universidad, la dejó, siguió escribiendo. Aprendió a hablar y escribir perfectamente inglés, francés y alemán. Fue amigo de Jorge Luis Borges y fue junto con él, firmando con el seudónimo común de Honorio Bustos Domecq, autor de varios cuentos policiales. Se casó con Silvina Ocampo, hermana menor de Victoria. Silvina también escribía, y pintaba.
Bioy tenía un estilo depurado. Le gustaba el género fantástico. Fue defensor de la novela policíaca, lo que le separó de los culturetas de su tiempo, que consideraban menor ese tipo de literatura.
Recibió entre otros premios y distinciones el Cervantes –el Nobel de las letras hispanas-.
No pasó sus últimos años así como precisamente nadando en la abundancia. Podría decirse que murió a los 85 años franciscana y dignamente pobre.
“Sic transit…”.
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© José Luis Alvarez Fermosel


La salvación
Adolfo Bioy Casares

Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo -sin duda estaba pensando el tirano- es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean -dijo indicando al pájaro- hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".

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