Probamos los huevos Benedict por primera vez en Nueva York, hace muchos años, a causa de haber leído una novela de S. S. Van Dine, de la saga del inteligente y refinado detective particular Philo Vance, en la que éste se regala con ellos en compañía de su amigo, el fiscal de distrito John F. X. Makrham, en un pequeño restaurante francés de la calle Setenta y dos Oeste, cerca del Drive, en Manhattan, en un breve descanso que se permiten para tomar un bocado durante la investigación de un caso de asesinato muy dificil que Vance –con su cultura enciclopédica- aprovecha para dar un curso de jarrones chinos de las dinastías Ming, Yüan, K’ang Hsi, Yun Chêng y Chi ian Lung.
¿Cómo se cocinan los huevos Benedict?. Pues se toman dos huevos “poché” y se colocan cada uno sobre una tostada -o un “muffin”-, en la que previamente se habrán depositado unas lonchas de “bacon”, o mejor de jamón Pata Negra (Denominación de Origen). Por encima se vierte salsa holandesa, que se prepara mezclando en una batidora mantequilla fundida –sin que se dore- con jugo de limón, sal y pimienta a gusto.
Los huevos “poché” se hacen así: se ponen en una sartén o cacerola dos litros de agua y una cucharada de vinagre. Se coloca el recipiente al fuego y cuando el agua tome punto de ebullición, se echan dentro los huevos cascados. Con una cuchara o cucharón se van bañando los huevos por encima con el líquido caliente. Se dejan cocinar hasta ver que la clara ha cubierto la yema.
El origen
Por lo menos tres caballeros norteamericanos se atribuyeron el origen de los huevos Benedict. Lemuel Benedict, corredor de Wall Street –la Bolsa de Comercio de Nueva York-, que le encargó que se los preparara, en 1894, al legendario “maître” del hotel Waldorf Astoria, Oscar Tschirky, conocido como El Gran Oscar, a fin de librarse de una resaca de aquí te espero, Baldomero.
Esto salió publicado como una curiosidad en “The New Yorker” en 1942.
Pero un tal Craig Claiborne afirmó en septiembre de 1967 en “The New York Times Magazine” que lo cierto es que los huevos Benedict fueron un invento del comodoro E. C. Benedict, residente en Francia durante la “Belle Époque”.
Por último, Anabel C. Butler de Vineyard Haven, Massachussetts, dijo en una carta publicada también en “The New York Times Magazine”, fechada en 1967, que la historia de los huevos Benedict, condensada al máximo, era la siguiente:
Un señor llamado Grand Benedict y su mujer –no se dan los nombres de pila- almorzaban todos los viernes en Delmonico’s, cuando estaban en Nueva York. Un día, el señor Benedict le preguntó al “maître d’hotel”: “¿Tendrá usted algo nuevo que sugerirnos hoy?”. El “maître” les ofreció huevos a la Benedict.
No importa quién haya sido su creador. Son ricos. Doy fe.
Prepárenlos. Y “bon appétit”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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