Me temo que nos estamos pasando de rosca en nuestro desmedido afán por consumir alimentos preparados con la mayor sofisticación y rareza posibles, creyendo que tal cosa nos hará más personales, más originales y, en particular, distintos de esa gente tan ordinaria que se manda de cuando en cuando un choripán, o come frecuentemente mondongo, salchichas con puré o pizza.
Dime lo que comes, y cómo lo comes, y te diré quién eres. Es decir, que si comemos diferente seremos diferentes al… “resto de la gente”, que decía una vieja canción; marcaremos tendencia, crearemos paradigmas y nos pondremos de moda, lo cual, como se sabe, es… “lo más”.
Mikel Iturriaga, cuyo nombre y apellido suenan a vasco y él seguramente es un regular degustador de bacalao a la vizcaína, merluza en salsa verde, calamares en su tinta y almejas a la marinera, nos acerca desde Madrid un informe sobre las últimas chifladuras de los respiracionistas, los “icecreamists”, los amantes del gastroterror y otros no menos destacados representantes del esnobismo gastronómico.
Algunos se despachan con pulpos enteros que, en virtud de esotéricos procedimientos, mueven los tentáculos mientras uno se los come.
La nota de Iturriaga, publicada en el diario El País de Madrid, se titula, muy acertadamente, “Hay un monstruo marino en mi plato”.
© J. L. A. F .
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