viernes, 14 de octubre de 2011

Demasiado para nuestro pobre cerebro


Hace unos días repetí la palabra hermoso tres veces en tres líneas. El texto apareció en Facebook. Nadie me hizo ninguna observación, delicadeza que agradezco, tanto más cuanto que yo me paso la vida criticando a quienes manejan mal nuestro idioma, lo siembran de ripios inútiles o tienen un vocabulario muy escaso pero, ¡eso sí!, presumen de literatos, profesionales de las letras o el periodismo y, desde luego,  gente de buena pluma.
Descuento que alguien se habrá preguntado: ¿Pero qué le pasa a este hombre, que no encuentra un sinónimo de una palabra que tiene tantos?
Diré en mi descargo que dicté ese breve texto procedente del cuarto de baño, con la cara enjabonada y la maquinilla de afeitar tremolando en la mano derecha, de prisa y corriendo y pensando en dos o tres cosas diferentes entre sí a la vez, que no tenían nada que ver con lo que dicté.

Encontrando a Forrester

En la película “Encontrando a Forrester”, uno de los protagonistas, un escritor que personifica Sean Connery le dice a su único discípulo que cuando se escribe no se piensa. El alumno le replica, diciéndole que, en su opinión, cuando se escribe hay que pensar por lo menos en lo que se escribe.
Forrester, entre paréntesis, está inspirado en J. D. Salinger, un escritor estadounidense cuya única novela, “Catcher in the rye”, traducida al español como “El cazador oculto” o “El guardián entre el centeno”, se convirtió rápidamente en un “best seller” y en un clásico de la literatura norteamericana.
Lo malo, lo verdaderamente malo es pensar en varias cosas a la vez que no tengan nada que ver una con la otra. Si esta práctica se convierte en hábito, o se adquiere por presiones, o por lo que sea, es muy probable que se termine con la cabeza a pájaros, o en el mejor de los casos repitiendo un día la palabra hermoso, u otra cualquiera, tres veces en tres líneas.
Ya sé que esto le pasa al más pintado, pero hay que tratar de que no pase. Al respecto no nos vendrá mal gozar de una cierta tranquilidad cuando escribamos. 

Los viejos tiempos

Los periodistas de los viejos tiempos estamos acostumbrados a escribir a toda máquina, con ruido –a veces de cañonazos-, comentarios, conversaciones, carcajadas y hasta gritos al fondo; la televisión prendida, cuando no la radio y la televisión al mismo tiempo y el monorrítmico tac-trac-trac de los pesados teletipos, ya desaparecidos
Pero uno tiene, o tenía la cabeza en blanco, u ocupada por lo que estaba escribiendo: la teoría de Forrester o la de su educando. Y el bullicio a su alrededor no le afectaba.
Ahora bien, si hubiéramos estado escribiendo sobre lo que fuera y al mismo tiempo pensando en algo que no tuviera nada que ver con lo que estábamos escribiendo, nos hubiera salido cualquier cosa en vez de una crónica.
En lo que se refiere a los supermodernos y complejos sistemas de comunicación y acceso a toda clase de informaciones, la multiplicación de las claves de acceso plantea otro problema: el de que llegue un momento en el que nuestro cerebro no pueda retener tanta información, o crear tantos sistemas para memorizar.
Sobre este asunto, tan actual, nos informa Margarita Rodríguez de la BBC en la nota relacionada.

© José Luis Alvarez Fermosel

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