La actriz y nadadora
estadounidense Esther Jane Williams murió ayer de un derrame cerebral a las 91
años mientras dormía en su casa de Beverly Hills. Así lo informó su agente de
toda la vida, Harlan Boll.
No voy a referirme
aquí a su biografía, ni comentar sus películas. Ya han aparecido centenares de
páginas, con errores en las fechas y otros, como pasa siempre en estos casos,
entre paréntesis. Por eso he relacionado este breve recuerdo personal con la
mejor nota de las escritas hasta ahora, que a mi juicio es la del diario
madrileño El País.
Esther Williams fue una
nadadora excepcional –campeona varias veces- y una actriz discreta de aquel
Hollywood de nuestros padres cuyos astros y estrellas llegaban a nuestra
adolescencia ya un poco maduros.
No fue el caso de
ella, que siempre lució joven y fresca.
Su belleza era
belleza de buena persona, no sé si me explico.
Hubo otras de la
época como Joan Crawford, Bette Davis, Barbara Stanwyck y alguna más que me
dejo en el tintero que daban muy bien para malas, tirando a perversas.
Con un rostro de
querubín y un cuerpo espléndido, Esther Williams fue más diosa que diva: diosa
de un Olimpo de agua, espuma, arabescos, technicolor y una corte de rítmicas ninfas
esculturales y un poco hieráticas.
Estuvo casada con el
argentino Fernando Lamas, que fungió de latin
lover y a quien conoceríamos en
Almería –uno de las ocho provincias andaluzas, en el sur de España- en el
rodaje de la coproducción hispano-estadounidense Los cien rifles.
Nos lo presentó el
también argentino y actor Alberto Dalbes, que trabajaba en la película. Fernado
y yo en seguida nos hicimos amigos, a pesar de la diferencia de edad.
El matrimonio de
Esther Williams y Fernando Lamas fue el más feliz de los cuatro que contrajo la
actriz.
Lorenzo Lamas, hijo
de Fernando y Arlene Dahal dijo en la revista Hola que su madrastra era una bellísima persona.
La opinión responde
a la imagen inolvidable de la protagonista de Escuela de sirenas (1944), film que la catapultó al estrellato. Seguirían
otros, como Fiesta y Fácil para amar que expresaron
vívidamente el boato de las “revistas acuáticas”, una curiosa variante del cine
musical creada y realzada por Esther Williams, la antonomásica sirena de
Hollywood a quien la Segunda Guerra Mundial había impedido participar en las
Olimpiadas de Helsinki de 1940.
Esther Williams todavía
brillaba en los 50, después de haber sido en los 40 la principal atracción -y
la que le dio más dinero- de la MGM.
En su vida privada
fue una esposa y una madre ejemplar. No dio ningún escándalo, ni fue víctima
del alcoholismo o de las drogas. Rara
avis.
Deja un hermoso
recuerdo entre los aficionados al cine de todas las épocas, y particularmente
entre aquellos que se debatieron entre guerras y posguerras, entre luces y
sombras, que disfrutaron del color, el lujo y el glamour que la justicieramente llamada prima ballerina del agua les ofreció desde el trampolín hasta la
otra orilla de la piscina olímpica.
© José Luis Alvarez Fermosel
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