sábado, 8 de junio de 2013

Nos dejó la "prima ballerina" del agua



La actriz y nadadora estadounidense Esther Jane Williams murió ayer de un derrame cerebral a las 91 años mientras dormía en su casa de Beverly Hills. Así lo informó su agente de toda la vida, Harlan Boll.
No voy a referirme aquí a su biografía, ni comentar sus películas. Ya han aparecido centenares de páginas, con errores en las fechas y otros, como pasa siempre en estos casos, entre paréntesis. Por eso he relacionado este breve recuerdo personal con la mejor nota de las escritas hasta ahora, que a mi juicio es la del diario madrileño El País.
Esther Williams fue una nadadora excepcional –campeona varias veces- y una actriz discreta de aquel Hollywood de nuestros padres cuyos astros y estrellas llegaban a nuestra adolescencia ya un poco maduros.
No fue el caso de ella, que siempre lució joven y fresca.
Su belleza era belleza de buena persona, no sé si me explico.
Hubo otras de la época como Joan Crawford, Bette Davis, Barbara Stanwyck y alguna más que me dejo en el tintero que daban muy bien para malas, tirando a perversas.
Con un rostro de querubín y un cuerpo espléndido, Esther Williams fue más diosa que diva: diosa de un Olimpo de agua, espuma, arabescos, technicolor y una corte de rítmicas ninfas esculturales y un poco hieráticas.
Estuvo casada con el argentino Fernando Lamas, que fungió de latin lover y a quien  conoceríamos en Almería –uno de las ocho provincias andaluzas, en el sur de España- en el rodaje de la coproducción hispano-estadounidense Los cien rifles.
Nos lo presentó el también argentino y actor Alberto Dalbes, que trabajaba en la película. Fernado y yo en seguida nos hicimos amigos, a pesar de la diferencia de edad.
El matrimonio de Esther Williams y Fernando Lamas fue el más feliz de los cuatro que contrajo la actriz.
Lorenzo Lamas, hijo de Fernando y Arlene Dahal dijo en la revista Hola que su madrastra era una bellísima persona.
La opinión responde a la imagen inolvidable de la protagonista de Escuela de sirenas (1944), film que la catapultó al estrellato. Seguirían otros, como Fiesta y Fácil para amar que expresaron vívidamente el boato de las “revistas acuáticas”, una curiosa variante del cine musical creada y realzada por Esther Williams, la antonomásica sirena de Hollywood a quien la Segunda Guerra Mundial había impedido participar en las Olimpiadas de Helsinki de 1940.
Esther Williams todavía brillaba en los 50, después de haber sido en los 40 la principal atracción -y la que le dio más dinero- de la MGM.
En su vida privada fue una esposa y una madre ejemplar. No dio ningún escándalo, ni fue víctima del alcoholismo o de las drogas. Rara avis.
Deja un hermoso recuerdo entre los aficionados al cine de todas las épocas, y particularmente entre aquellos que se debatieron entre guerras y posguerras, entre luces y sombras, que disfrutaron del color, el lujo y el glamour que la justicieramente llamada prima ballerina del agua les ofreció desde el trampolín hasta la otra orilla de la piscina olímpica.

© José Luis Alvarez Fermosel

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