lunes, 22 de noviembre de 2010

¡Señoritos míos...!

¡Señoritos míos tan piripis, no vayáis por la vida empujando a todo el mundo con la mochila! Viéndoos con esa excrecencia en la espalda, caminando a toda prisa y llevándoos todo por delante, me hacéis recordar a un dromedario corriendo por el desierto. Claro que en el desierto hay poca gente y los dromedarios no tienen oportunidad de chocar con nadie.
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Contesto tu pregunta, querido muchacho. No, no se llevan flores en la mano, y menos compradas en el quiosco de la esquina, a la esposa del amigo que nos invitó a cenar en su casa. Las flores se mandan al día siguiente, en número impar y con una tarjeta nuestra en la que habremos escrito unas pocas frases de agradecimiento por la velada.
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Vuelve a dejar en su lugar la revista que hojeabas en el consultorio del médico o el antedespacho del abogado, cuando llegue tu turno, y no en la silla donde estuviste sentado.
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Si vas a contar tu último viaje en una comida, o una reunión de amigos, no empieces diciendo, por ejemplo: ¿Alguien estuvo en Venecia?
Uno de esos nuevos ricos que cuentan siempre sus viajes –no sin hacer notar que se hospedaron en hoteles de siete estrellas y comieron en restaurantes de cinco tenedores-, hizo la pregunta fatal.
Uno de los invitados, un diplomático, dijo tímidamente sin levantar los ojos del plato: “Yo acabo de llegar, después de pasar allí cuatro años como cónsul de Argentina”.
Otro confesó que habiendo recorrido en su viaje de luna de miel varias ciudades europeas, se detuvo, naturalmente, unos cuantos días en Venecia. Años más tarde estuvo en Roma y se hizo una escapada a la ciudad del Dux. Otro… Total, que todos habíamos estado en Venecia.
No hay que dar por sentado que sólo uno viaja, alterna con gente influyente y tiene acceso a lugares exclusivos.
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Antes de ir a la comida a la que te han invitado, averigua quienes van a ir. A lo mejor asiste un amigo tuyo, o un enemigo. En cualquiera de los dos casos te resultará útil saberlo con anticipación.
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Si te sirven algo exótico, raro, o simplemente algo que no te gusta, haz un esfuerzo, come un poco en silencio y distribuye el resto hábilmente por el plato.
Y usted, señora, no pregunte: ¿Por qué no me come, no le gusta? o algo parecido.
¿Vale?


© José Luis Alvarez Fermosel

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