Quienes seguimos aferrados a la estilográfica, como un náufrago a un salvavidas, estamos de parabienes.
Escribir a mano cartas, apuntes, tarjetas, lo que sea, no va a ser a partir de ahora sólo cosa de románticos y nostálgicos –para algunos, tranochados-.
Ni de gente con avidez de coleccionista que acopia plumas compulsivamente, sino de personas avisadas que pretendan cuidar sus entendederas.
Porque el uso de la pluma estilográfica activa el cerebro. Lo han asegurado médicos y científicos en universidades. Entre otras, en la de Indiana (Estados Unidos). Isabel F. Lantigua recogió esa información y la divulgó en un artículo del diario El Mundo de Madrid, titulado “Las ventajas de escribir a mano” –con pluma, bolígrafo, “roller” o lápiz-.
Algunos preferimos las lapiceras fuente, que no hemos dejado de usar desde el bachillerato para firmar poderes, cheques, escrituras y otros documentos; y -lo mejor- para escribir cartas de amor o unas frases amables y afectuosas en pequeñas cartulinas que enviar, junto con un ramo de flores, a señoras de nuestra amistad.
Bienvenido sea el hecho de que “(…) al escribir a mano se activan más regiones del cerebro y se favorece el aprendizaje de formas, símbolos y lenguas”, como acaban de informar los sabios.
De todos modos, uno no va a recordar ésto, tan trascendente, al empuñar su estilográfica.
Predominará la grata sensación de caricia en los dedos que proporciona la negra ebonita pulida, suave y brillante de su lapicera, que se desliza sobre el blanco papel como al compás de un vals cuando escribe “te quiero”.
Somos muchos los amantes de la escritura manual, conscientes de que no tenemos demasiadas oportunidades de practicarla, porque el teclado de la computadora es el que manda.
Agradecemos que la ciencia nos avale, ahora. Porque a pesar de depender del teclado, siempre buscaremos la oportunidad de escoger una estilográfica de entre las que hemos ido juntando durante años, y trazar con ella aunque no sea más que algunas líneas en una hoja de papel y formar jeroglíficos que sólo podremos descifrar nuestra pluma y nosotros.
Simpático esoterismo doméstico y, según acaba de descubrirse, beneficioso.
Repitámoslo una vez más, gozosamente. Todos los plumíferos estamos de enhorabuena. Incluido el prestigioso médico argentino Fernando Monti, que no firma una sola receta si no es con pluma estilográfica.
Escribir a mano cartas, apuntes, tarjetas, lo que sea, no va a ser a partir de ahora sólo cosa de románticos y nostálgicos –para algunos, tranochados-.
Ni de gente con avidez de coleccionista que acopia plumas compulsivamente, sino de personas avisadas que pretendan cuidar sus entendederas.
Porque el uso de la pluma estilográfica activa el cerebro. Lo han asegurado médicos y científicos en universidades. Entre otras, en la de Indiana (Estados Unidos). Isabel F. Lantigua recogió esa información y la divulgó en un artículo del diario El Mundo de Madrid, titulado “Las ventajas de escribir a mano” –con pluma, bolígrafo, “roller” o lápiz-.
Algunos preferimos las lapiceras fuente, que no hemos dejado de usar desde el bachillerato para firmar poderes, cheques, escrituras y otros documentos; y -lo mejor- para escribir cartas de amor o unas frases amables y afectuosas en pequeñas cartulinas que enviar, junto con un ramo de flores, a señoras de nuestra amistad.
Bienvenido sea el hecho de que “(…) al escribir a mano se activan más regiones del cerebro y se favorece el aprendizaje de formas, símbolos y lenguas”, como acaban de informar los sabios.
De todos modos, uno no va a recordar ésto, tan trascendente, al empuñar su estilográfica.
Predominará la grata sensación de caricia en los dedos que proporciona la negra ebonita pulida, suave y brillante de su lapicera, que se desliza sobre el blanco papel como al compás de un vals cuando escribe “te quiero”.
Somos muchos los amantes de la escritura manual, conscientes de que no tenemos demasiadas oportunidades de practicarla, porque el teclado de la computadora es el que manda.
Agradecemos que la ciencia nos avale, ahora. Porque a pesar de depender del teclado, siempre buscaremos la oportunidad de escoger una estilográfica de entre las que hemos ido juntando durante años, y trazar con ella aunque no sea más que algunas líneas en una hoja de papel y formar jeroglíficos que sólo podremos descifrar nuestra pluma y nosotros.
Simpático esoterismo doméstico y, según acaba de descubrirse, beneficioso.
Repitámoslo una vez más, gozosamente. Todos los plumíferos estamos de enhorabuena. Incluido el prestigioso médico argentino Fernando Monti, que no firma una sola receta si no es con pluma estilográfica.
© José Luis Alvarez Fermosel
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