A tantos años de concluida la Segunda Gerra Mundial (1939-1945) y una de sus secuelas, la Guerra Fría, el esotérico vaivén del espionaje sigue trazando espasmódicamente líneas sobre los mapas de varias naciones y los mismos Estados Unidos, como si se las sometiera al juego del polígrafo.
La oscura y oscilante CIA y otros servicios de seguridad estadounidenses desclasifican homeopáticamente de vez en cuando informes que revelan secretos, a veces macabros, de pasados tiempos sombríos y crueles.
La impronta que dejaron fue profunda. Inevitablemente, los veteranos, que recuerdan, se estremecen. Los que se enteran ahora de lo que pasó, o de algunas de las cosas que pasaron, también.
El diario ABC de Madrid publica un despacho de su corresponsal en Nueva York, Anna Grau, en el que se revela que la CIA burló la justicia de los Estados Unidos para cobijar a criminales nazis.
El informe se refiere a la lucha feroz entre quienes pretenden que se blanquée todo, de una vez por todas, y aquéllos que se aferran al secretismo y sólo cuando se les pone entre la espada y la pared dejan caer con cuentagotas retazos de arcanos incrustados en la historia como forúnculos.
Quien más, quien menos, oculta en Estados Unidos un esqueleto en el armario –como dicen los mismos yanquis-.
Y algunos una calavera en un cajón del escritorio.
La oscura y oscilante CIA y otros servicios de seguridad estadounidenses desclasifican homeopáticamente de vez en cuando informes que revelan secretos, a veces macabros, de pasados tiempos sombríos y crueles.
La impronta que dejaron fue profunda. Inevitablemente, los veteranos, que recuerdan, se estremecen. Los que se enteran ahora de lo que pasó, o de algunas de las cosas que pasaron, también.
El diario ABC de Madrid publica un despacho de su corresponsal en Nueva York, Anna Grau, en el que se revela que la CIA burló la justicia de los Estados Unidos para cobijar a criminales nazis.
El informe se refiere a la lucha feroz entre quienes pretenden que se blanquée todo, de una vez por todas, y aquéllos que se aferran al secretismo y sólo cuando se les pone entre la espada y la pared dejan caer con cuentagotas retazos de arcanos incrustados en la historia como forúnculos.
Quien más, quien menos, oculta en Estados Unidos un esqueleto en el armario –como dicen los mismos yanquis-.
Y algunos una calavera en un cajón del escritorio.
© José Luis Alvarez Fermosel
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