domingo, 24 de marzo de 2013

Ya está aquí



Ya está aquí desde hace unos días, vino a paso de lobo, como acostumbra. Poca gente se dio cuenta. El otoño.
La garúa deslavazada que le precedió un día antes de su instalación en Buenos Aires no tuvo empaque de introductora de embajadores.
El otoño, un poco melancólico -es lo suyo-, hace un relevamiento de plazas, jardines y paseos y tienta los árboles con sus manos pálidas y sensitivas.
Diríase que calcula el tiempo que necesitará para desparramar esos tonos dorados, rojizos y escarlatas oscuros que adquieren las hojas de los árboles y los arbustos antes de que se caigan, alfombren los paseos y crujan, como si sollozaran, pisadas por los zapatos de los viandantes apresurados.
Apenas se nota, pero el otoño ya empezó a intensificar la grisura de los atardeceres, humedeciéndolos con un líquido color de plata oscura que porta en un frasco de cristal de roca.
Las cosas cambiaron, y el otoño, que es muy tradicional, acusó el impacto. Antes un otoñal era un caballero maduro de sienes plateadas que encarnaban en el cine Clark Gable, Robert Taylor, Stewart Granger o Charles Boyer y mantenía idilios con señoras apenas cuarentonas tan guapas que se caían del cuadro, como Lana Turner, Rita Hayworth, Ingrid Bergman y Heddy Lamarr –la más hermosa de todas, a mi juicio-.
Los romances eran afortunados o desafortunados, según el caso y las circunstancias. Hasta el desenlace, el amorío era una gloria.
Ahora, con eso de que (supuestamente) no hay edad –y la farmacopea echa un mano…- señores al borde de la senectud se echan novias veinteañeras y damas también sin edad se llevan al huerto a chiquilines con mosquita bajo el labio y tatuajes. Esas coaliciones suelen durar poco.
No es para rasgarse las vestiduras, digámoslo una vez más: ¡con lo caras que están hoy en día las vestiduras!
El caso es que el otoño acaba de llegar al sur, pálido y concreto –como en aquellos versos-.
Todavía no se nota, pero ya nos enteraremos al escuchar los sones de su siringa pastoril, cual la de Pan, el dios de las brisas, el amanecer y el atardecer.

© José Luis Alvarez Fermosel

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