No soy
papista, como los protestantes llaman a los católicos en Irlanda. En realidad no soy
nada. De ahí que haya de atribuírsele más mérito a mi opinión sobre el
nuevo Papa. Vamos, se me ocurre a mí.
Creo que
Francisco I -como español me gusta ese nombre- es una buena persona, y lo
digo consciente de incurrir en un fenomenal maniqueísmo.
- ¡Pues claro, hombre! Si es Papa, ¿cómo no va a
ser bueno?
- Hubo muchos Papas malísimos. Lea
usted la historia.
Aquí se conocen
muy bien la historia y el historial de monseñor Jorge Bergoglio, nacido en la populosa barriada porteña de Flores, de padres
italianos inmigrantes en Argentina, hoy jefe
supremo de la Iglesia Católica.
Le vi varias
veces en reuniones sociales a las que fui a trabajar, y en otras a las que
asistí por mi cuenta, sin tener que entrevistar a nadie. Nunca
hablé con él. Le observé con el ojo
avizor de los nautas y los reporteros. Escuché sus
palabras. Me di cuenta enseguida de que era un buen
tipo. Así de simple.
Cuando me
enteré de que había sido
nombrado Papa me alegré, francamente, a pesar de mi desinterés por esas cosas. Me alegré por los
papistas y por los que no lo son, como yo. No siempre
está al frente
-de lo que sea- una buena persona.
Le vi en
fotos con sus gastados zapatos negros de cordones y las punteras levantadas. Un detalle de austeridad, modestia y poco aprecio a las
pompas mundanas.
Sólo una opinión
No voy a
trazar una semblanza más sobre el nuevo Sumo Pontífice, ni interpretar sus palabras ni las que se han dicho sobre él, ni hacer
análisis alguno
de nada: no se nada de teología,
apenas algo de Papas y papados; no
profeso religión alguna a estas alturas de mi vida y además no soy analista: lo he sido pero ya no
lo soy más; hace algún tiempo que,
en mi profesión, me dedico a la columna,
fundamentalmente.
Escribo hoy,
19 de marzo, día de San José, día de mi santo a una hora harto intempestiva para mí, en mi nuevo bunker -donde todavía anda todo
manga por hombro-: las
ocho de la mañana,
consciente de que hoy va a ser -está siendo ya- un día glorioso en Buenos Aires y en toda Argentina, y en todo el mundo.
Escribo sobre
el Papa Francisco I para la gente que me pidió que lo hiciera, que diera yo también mi opinión sobre el Santo Padre, que no puede ser
mejor, como corresponde a un
buen ser humano a cuya bondad se
yuxtaponen otras muchas virtudes muy poco comunes, como
la humildad, la sabiduría -no me parece haber leído que a sus muchos conocimientos une el dominio absoluto de su idioma natal, el español, como es lógico, y además el latín, el italiano, el alemán, el francés y el inglés.
Carece del
autoritarismo y la soberbia que peculiarizan a muchos mandantes, entre los que
no tengo más remedio que poner a los de mi país. El Papa es
inteligente, sensato, prudente, tiene sentido
común, tacto,
diplomacia. Tiene calle, también; no todo lo aprendió en los libros.
Eso: su
llaneza, su campechanía, su sencillez creo yo que han constituído el gran detonante, el gran catalizador de la alegría general.
Está, además, el hecho
de que es argentino, lo cual me complace porque yo soy medio argentino: mitad español y mitad argentino: espartino, para
ser exactos. Así que no podía dejar
de alegrarme también por esa circunstancia.
Que la buena
suerte que se merece acompañe su papado, que deseamos fluido, fecundo, prolongado y feliz.
© José Luis Alvarez Fermosel
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