lunes, 18 de marzo de 2013

Yo siempre digo...



Yo siempre digo… La frasecita de marras se oye a todas horas y en todas partes. Tiene ecos broncíneos, casi mayestáticos. Equivale a decir algo así como yo, que nunca me equivoco, que siempre tengo razón, por eso digo lo que digo, aunque no me hagan caso, y así les vaya…
María José Buxó-Dulce, diplomada en Bibliotecoeconomía y Pedro Voltes, catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona, recogen en su documentado y divertido libro Deslices históricos eso tan común, que nos ha pasado a tantos, del nuevo rico que te invita a comer y en el momento de servirse el café se levanta de la mesa, se dirige a un armario, extrae de él una botella de coñac o de otra bebida alcohólica –sea adecuada o no para la sobremensa-, toma unas copas de un aparador y te dice: Ahora va usted a probar un coñac –o lo que sea- tan bueno como no lo ha probado usted en su vida.
La frase es jactanciosa a más no poder y suele pronunciarse con la soberbia del que está convencido de que sabe perfectamente lo que se trae entre manos, tiene una mente poderosa y, entre otras tantas virtudes, muy buen gusto, también, del que se benefician, como de todo lo demás, los seres inferiores a él –y, sobre todo, los que tienen menos dinero-, que son la mayoría.

Si usted supiera…

El problema, cuando uno está bien educado, es responder a esa y otras jactancias. Se le hace difícil a uno decir, como debería: ¡Si usted supiera, mi amigo, la cantidad de botellas de ese coñac que he trasegado en mi vida…!
Pero uno termina guardando el silencio que debe guardarse en esos casos, para no avergonzar al pedante de su anfitrión; se bebe su copa y pasa por ser un pardillo que toda su vida ha tomado un coñac de tres al cuarto.
Están también los que no conciben que lo que ellos saben lo sepa uno también, y en el curso de una conversación, en referencia a un asunto casi siempre de índole cultural, o para cuyo conocimiento es imprescindible la información, estar al tanto, vamos, empiezan diciendo antes de abordar el tema: No sé si usted sabe…, no creo que le haya llegado a usted…, no me parece que sepa usted -porque esto es muy exclusivo-…, ¿usted no conoce a *, verdad…?
Estamos rodeados -copados, mejor-, por personas que siempre dicen…: que tienen la justa, que lo saben todo, o casi todo, que teniendo experiencia, o buen gusto no conciben que haya otros que también lo tengan, que no hay quien se la dé cambiada.
Uno no dice siempre…, sino algunas veces lo que tiene que decir, que no sirve para nada ni tiene ninguna entidad.
Eso sí, en materia de tragos uno toma siempre aguardiente de barril.
Esas gentes, sus cosas, su petit monde… Su latiguillo: Yo siempre digo…
Cela va faire du bruit dans Landerneau…

© José Luis Alvarez Fermosel

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