El escritor inglés John B. Priestley dio cuenta en el periódico The New Statesman and Nation de una visita que hizo a Stratford-on-Avon, la ciudad de Shakespeare.
En la primera parte de su artículo decía cosas tan bellas como ésta: “Las piedras de Costwold bañadas de luz…, el huerto de Shallow, bajo las pobladas ramas de los árboles…, las entonadas masas verdes y pardas, y a lo lejos, los descoloridos azules de una vieja acuarela… ¡Qué país, qué maravilla…!”
Manfred B. Lee –eximio escritor de novelas policíacas, que junto con su primo Frederic Dannay hizo universalmente conocida la rúbrica Ellery Queen-, se preguntó si esa visita de Priestley a Stratford sugirió a su siempre activa imaginación algo más importante que la mera descripción impresionista del paisaje.
Por ejemplo, un drama o una novela histórica, dada la doble condición de dramaturgo y novelista de Priestley.
Al autor de Ha llegado un inspector, Hora radiante y El tiempo y los Conway, por no citar más que tres de sus obras más famosas, le vino a las mientes, acaso, su inquietante inspector Goole, que le dictó la siguiente reflexión:
“Podría escribirse una buena novela policial acerca de un sabio que, sumido en el estudio de los tiempos isabelinos, es asesinado. La policía no consigue resolver el caso. Un excéntrico detective privado descubre que el asesino es un emisario del Concejo Deliberante de Stratford-on-Avon que estaba a punto de revelar que Shakespeare no escribió nada de lo que se le atribuyó”.
Hasta hoy se dice que Shakespeare copió sus obras a otros escritores. Se lo puso en tela de juicio. Se dudó de su sexualidad, de su afiliación religiosa, se dijo que fue un estafador, que padeció de cáncer, que murió de una borrachera. Vamos, lo que se dice normalmente de un escritor -y alguna que otra cosilla más-, o de quien sea que tenga éxito.
De cualquier manera, si Shakespeare hubiera vivido en la actualidad habría investigado todo lo habido y por investigar, e incluso habría navegado por Internet, a ver si descubría el secreto de la locura, o el gérmen del crimen.
Manfred Lee sostiene en un capítulo del libro En el salón de los Queen, titulado Y lo mismo en literatura, que el autor de Hamlet sería hoy tan realista como lo fue en su tiempo.
“Inspirado por ciencias que en su época no se conocían, ¿no hubiera seguido hoy la corriente el buen Will? ¿No es perseguida la demencia por el diagnóstico? Y pisando los talones al homicidio, ¿no tenemos al detective moderno? Pues lo mismo en literatura…”.
La investigación acicatea el impulso creador: la inquietud por descubrir al criminal, si el que indaga es un detective, conocer el verdadero carácter de un personaje difícil o saber donde está la noticia, si el que averigua es un reportero; o para un médico hallar la enfermedad real, encubierta por síntomas que la enmascaran.
También releyendo viejos libros el redactor de un dietario, que no otra cosa es un blog, puede sacar a relucir alguna curiosidad, o imaginarse una situación poco común.
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
Ellery Queen
En la primera parte de su artículo decía cosas tan bellas como ésta: “Las piedras de Costwold bañadas de luz…, el huerto de Shallow, bajo las pobladas ramas de los árboles…, las entonadas masas verdes y pardas, y a lo lejos, los descoloridos azules de una vieja acuarela… ¡Qué país, qué maravilla…!”
Manfred B. Lee –eximio escritor de novelas policíacas, que junto con su primo Frederic Dannay hizo universalmente conocida la rúbrica Ellery Queen-, se preguntó si esa visita de Priestley a Stratford sugirió a su siempre activa imaginación algo más importante que la mera descripción impresionista del paisaje.
Por ejemplo, un drama o una novela histórica, dada la doble condición de dramaturgo y novelista de Priestley.
Al autor de Ha llegado un inspector, Hora radiante y El tiempo y los Conway, por no citar más que tres de sus obras más famosas, le vino a las mientes, acaso, su inquietante inspector Goole, que le dictó la siguiente reflexión:
“Podría escribirse una buena novela policial acerca de un sabio que, sumido en el estudio de los tiempos isabelinos, es asesinado. La policía no consigue resolver el caso. Un excéntrico detective privado descubre que el asesino es un emisario del Concejo Deliberante de Stratford-on-Avon que estaba a punto de revelar que Shakespeare no escribió nada de lo que se le atribuyó”.
Hasta hoy se dice que Shakespeare copió sus obras a otros escritores. Se lo puso en tela de juicio. Se dudó de su sexualidad, de su afiliación religiosa, se dijo que fue un estafador, que padeció de cáncer, que murió de una borrachera. Vamos, lo que se dice normalmente de un escritor -y alguna que otra cosilla más-, o de quien sea que tenga éxito.
De cualquier manera, si Shakespeare hubiera vivido en la actualidad habría investigado todo lo habido y por investigar, e incluso habría navegado por Internet, a ver si descubría el secreto de la locura, o el gérmen del crimen.
Manfred Lee sostiene en un capítulo del libro En el salón de los Queen, titulado Y lo mismo en literatura, que el autor de Hamlet sería hoy tan realista como lo fue en su tiempo.
“Inspirado por ciencias que en su época no se conocían, ¿no hubiera seguido hoy la corriente el buen Will? ¿No es perseguida la demencia por el diagnóstico? Y pisando los talones al homicidio, ¿no tenemos al detective moderno? Pues lo mismo en literatura…”.
La investigación acicatea el impulso creador: la inquietud por descubrir al criminal, si el que indaga es un detective, conocer el verdadero carácter de un personaje difícil o saber donde está la noticia, si el que averigua es un reportero; o para un médico hallar la enfermedad real, encubierta por síntomas que la enmascaran.
También releyendo viejos libros el redactor de un dietario, que no otra cosa es un blog, puede sacar a relucir alguna curiosidad, o imaginarse una situación poco común.
© José Luis Alvarez Fermosel
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Ellery Queen
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