jueves, 2 de junio de 2011

Más sobre cafés famosos

El café Drechsler es uno de los quinientos, otros dicen que mil, otros que más de mil -sin contar los bares y las pastelerías- que constelan Viena, antaño epicentro del imperio de los Habsburgos, la romántica ciudad del Prater, los bosques, los valses, Francisco José, Sisi, la película El tercer hombre y la cítara mágica de Anton Karas, que a pesar del éxito de su bella y obsesionante melodía no salió de pobre.
El café Dreschler está en el número 22 de la Linke Wienzeide, junto a un bar sushi, frente a un estacionamiento de bicicletas y a un tiro de piedra de un abigarrado y pintoresco mercado –hay 26 repartidos por toda el área céntrica-: el Naschmark, situado entre la Karlsplatz (Plaza de San Carlos) y la estación de metro Kettenbrückengasse. Muchos de sus trabajadores son clientes del Drechsler, que abre 23 horas al día.
Fundado por la familia Engelbert Drechsler en 1919, fue remodelado en 2007 por Conran & Partners, que le imprimieron un aspecto jugendstil, o modernista, con un toque del minimalismo del belga Mies van der Rohe: el estilo de la reducción, tan en boga últimamente. El alma mater del local es Manfred Stellmajer, socio gerente.
El Drechsler tiene una larga barra y varios salones, comunicados entre sí. Al fondo de uno de ellos hay un espejo rectangular adosado a una pared pintada de beige. Arriba, sobre el muro, se lee Frankfurter mit Senfund Gebäck, algo así como salchichas de Frankfurt con mostaza, en pan: lo que en España se llaman perros calientes, en los Estados Unidos hot dogs y panchos en algunos países de la América de habla española.
Del techo, en parte abovedado, penden varias lámparas de cristal en forma de globo. Hay un hilera de divanes rojos unidos y, sobre ellos, paneles de color gris con el logo del café (CD) en el respaldo.
Los clásicos veladores de mármol. Sillas de respaldo alto –en Buenos Aires hay un restaurante, Cuatro Cardinal (CD), que tiene las mismas sillas-. Todas las tazas llevan una leyenda alrededor: Café Drechsler. La casa no escatima la publicidad.
Quizás una consumición obligada en el café Dreschler, o por lo menos la clásica de todos los cafés de Viena sea el 1-2-3-4, es decir: un café, dos vasos de agua, tres periódicos y cuatro horas para leerlos.
Inevitablemente, más tarde o más temprano, se escuchará un vals.

© José Luis Alvarez Fermosel

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