miércoles, 29 de junio de 2011

La princesa encantada de los Andes

Alguien se refirió el otro día en una conversación a los viejos abrigos de pelo de camello, que eran un poco pesados, pero muy elegantes. En una época ya lejana se llevaron mucho. Eran caros, desde luego, pero duraban toda la vida y jamás pasaban de moda.
Mucho más ligeros eran los de lana de vicuña, pura o mezclada con Cashemer. Pero la caza de la vicuña para hacer abrigos, ponchos u otras prendas con su pelo se prohibió porque estuvo en proceso de extinción. Ahora, por fortuna, se han repoblado bastante.
La vicuña es un mamífero perteneciente a la familia de los camélidos que vive en el altiplano andino. La fibra de su lana es la más fina del mundo: mide 15 micrones de diámetro, de ahí que sea tan codiciada por la industria textil para la confección de hilaturas.
Los cuatro camélidos americanos son el guanaco, la llama, la vicuña y la alpaca; la lana de esta última es parecida a la de la vicuña y también da tejidos muy buenos.
Un dato curioso: al general Perón le gustaba mucho el estofado de guanaco (1).

Llamas y leyendas

La llama es un animal extraño y desconcertante. No tiene fuerza para el tiro. La leyenda afirma que es una princesa inca encantada. Tiene grandes, húmedos y dulces ojos de mujer. A las llamas femeninas se les ponen pendientes en las orejas agujereadas, adornadas con cintas de color rosa.
Agustín de Foxa recordó que su amor nefando produjo enfermedades abrasadoras, que no se mencionan en la Biblia, como castigo a los impuros.
En un estudio de un naturalista de Arequipa se revela que sus glóbulos rojos son elípticos, en vez de redondos.
Los indios del Cuzco aseguran que la llama que no tiene cría en el año muere irremisiblemente.
Una de las cosas más extraordinarias de este animal es que si se tiende una cuerda o un alambre a la altura de su cuello, se detiene, no retrocede, ni siquiera baja la cabeza para sortear el obstáculo. Permanece inmóvil, hierática, hasta que desaparece el estorbo
Las llamas no soportan más de cuarenta y cinco kilos de carga, y si se les añaden unos pocos se dan cuenta -con precisión de balanza-, escupen, se tiran al suelo y no se mueven de ahí.

La primera madre del universo

El conde de Keyserling cuenta que encontró en el altiplano un rebaño de llamas que (…) recorría la comarca, los indios vendían su estiércol a los hombres ateridos, y vi a la llama conductora, un corpulento animal que llevaba suspendida al cuello una cajita para el dinero, y custodiaba el importe de la venta.
Foxá destaca en un relato de su viaje al Alto Perú cómo le impresionó ver una llama desafiante, erguido el cuello y fruncidos los labios para escupir, y le evocó la visión de la primera madre del universo.
Quizás la llama guarda el recuerdo de sus congéneres sacrificados por el inca en Kenko. Su sangre corría por las anfractuosidades de las rocas, y según el curso que seguía al deslizarse por los surcos el año sería favorable o infausto.
Los Andes mudos, imponentes, un poco siniestros, como todas las grandes montañas. Y la quena.
La quena se hacía antes con una tibia de muerto con la que se golpeaba rítmicamente una vasija de barro por dentro. En la soledad atroz de la puna su sonido, infinitamente melancólico, producía el suicidio por tristeza.

(1) Libro “¡A comer con gusto! con el Caballero Español”

© José Luis Alvarez Fermosel

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