La tarde está muriendo detrás de la vidriera
y pienso mientras tomo mi taza de café.
Desfilan los recuerdos, los triunfos y las penas
las luces y las sombras del tiempo que se fue.
La calle está vacía igual que mi destino.
Amigos y cariños, barajas del ayer.
Fantasmas de la vida, mentiras del camino
que evoco mientras tomo mi taza de café.
Un día alegremente te conocí, ciudad.
Llegué trayendo versos y sueños de triunfar.
Te vi desde la altura de un cuarto de pensión
y un vértigo de vida sintió mi corazón.
Mi pueblo estaba lejos, perdido más allá.
Tu noche estaba cerca, tu noche pudo más.
Tus calles me llevaron, tu brillo me engañó,
ninguno fue culpable, ninguno más que yo.
El viento de la tarde revuelve la cortina.
La mano del recuerdo me aprieta el corazón.
La pena del otoño agranda la neblina:
se cuela por la hendija de mi desolación
Inútil pesimismo, deseo de estar triste.
Manía de andar siempre pensando en el ayer.
Fantasmas del pasado que vuelven y que insisten
cuando en las tardes tomo mi taza de café.
© Homero Manzi
(1907-1951)
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