“Nunca jamás, en ningún otro país del mundo se comió cerdo con tanto fervor como en España. ¡Le iba a uno la fama y casi la vida por un trozo de tocino desdeñado! Prohibido, declarado inmundo por judíos y musulmanes, el gusto de tocino de cerdo, el entender de butifarras y jamones, el volverse loco por una morcilla y estar dispuesto a todo por un chorizo es el mejor pasaporte del viejo cristianismo”.
Este párrafo corresponde al libro La mesa del buscón, de Xavier Domingo, editado en 1981 por Tusquets.
Es posible que en alguna librería de viejo de la ciudad se encuentre un ejemplar. Estaría bien, porque el libro no tiene desperdicio. Tampoco lo tuvo su autor
Es cuestión de ponerse a buscarlo un día de lluvia, que es cuando mejor se buscan, y se encuentran, los libros en las librerías de lance.
Xavier Domingo fue un compatriota y colega mío, brillante, especialista en gastronomía, entre otras cosas.
Los dos trabajamos en la Agence France Presse (AFP).
Un día gris -tan frecuentes en la Ciudad Luz-, lunes, por más señas, Xavier, que andaba cerca de una boca de metro, observó que todo el mundo salía a la calle de mal humor y con cara de sueño. ¡Naturalmente! ¿Quién sale sonriente del metro para ir a trabajar un lunes, después de haberse levantado al amanecer, o poco menos? Encontrarse con que va a llover tampoco ayuda a levantar el ánimo.
Champán contra las murrias
Xavier Domingo, ni corto ni perezoso, se fue a un bistró que empezaba a abrir sus puertas, contrató a un camarero y se lo llevó al metro, provisto de un cubo con hielo, unas botellas de champán y unas copas. A cada persona que salía le ofrecía una copa.
No se me ocurre, de momento, otra manera mejor de empezar a trabajar un lunes.
Xavier Domingo, un sibarita si los hubo, tenía una excepcional capacidad de aguante para la bebida.
Eduardo Chamorro documentó por escrito que Xavier Domingo y Julio Ramón Ribeiro se bebieron una tarde, de arriba abajo y de abajo a arriba, la lista de cuarenta cócteles del bar de la Closérie des Liles y se llevaron recíprocamente a casa.
Quizás en la segunda vuelta, o a partir de un momento dado, el barman rebajo sin que ninguno de los dos monstruos se diera cuenta la cantidad de alcohol de cada cóctel.
De cualquier manera, hay que tener resistencia
¡Qué pena que te fueras tan pronto, Xavier, amigo!
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
¿Un purito, señora?
Este párrafo corresponde al libro La mesa del buscón, de Xavier Domingo, editado en 1981 por Tusquets.
Es posible que en alguna librería de viejo de la ciudad se encuentre un ejemplar. Estaría bien, porque el libro no tiene desperdicio. Tampoco lo tuvo su autor
Es cuestión de ponerse a buscarlo un día de lluvia, que es cuando mejor se buscan, y se encuentran, los libros en las librerías de lance.
Xavier Domingo fue un compatriota y colega mío, brillante, especialista en gastronomía, entre otras cosas.
Los dos trabajamos en la Agence France Presse (AFP).
Un día gris -tan frecuentes en la Ciudad Luz-, lunes, por más señas, Xavier, que andaba cerca de una boca de metro, observó que todo el mundo salía a la calle de mal humor y con cara de sueño. ¡Naturalmente! ¿Quién sale sonriente del metro para ir a trabajar un lunes, después de haberse levantado al amanecer, o poco menos? Encontrarse con que va a llover tampoco ayuda a levantar el ánimo.
Champán contra las murrias
Xavier Domingo, ni corto ni perezoso, se fue a un bistró que empezaba a abrir sus puertas, contrató a un camarero y se lo llevó al metro, provisto de un cubo con hielo, unas botellas de champán y unas copas. A cada persona que salía le ofrecía una copa.
No se me ocurre, de momento, otra manera mejor de empezar a trabajar un lunes.
Xavier Domingo, un sibarita si los hubo, tenía una excepcional capacidad de aguante para la bebida.
Eduardo Chamorro documentó por escrito que Xavier Domingo y Julio Ramón Ribeiro se bebieron una tarde, de arriba abajo y de abajo a arriba, la lista de cuarenta cócteles del bar de la Closérie des Liles y se llevaron recíprocamente a casa.
Quizás en la segunda vuelta, o a partir de un momento dado, el barman rebajo sin que ninguno de los dos monstruos se diera cuenta la cantidad de alcohol de cada cóctel.
De cualquier manera, hay que tener resistencia
¡Qué pena que te fueras tan pronto, Xavier, amigo!
© José Luis Alvarez Fermosel
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¿Un purito, señora?
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