domingo, 27 de enero de 2008

Un hombre bajo y probablemente rico y poderoso

La casilla de “paddock” está situada en un extremo de la pista. Desde ahí se ven los caballos –de carreras, a las que va la gente a jugarse el dinero y lo pierde, como uno, o de salto de vallas y otros obstáculos-.
Erigimos aquí nuestra casilla de “paddock” a modo de garita de centinela, de ventanal que da a la calle, de esquina para ver pasar la gente y la vida.
Pues bien, iba uno ayer por la calle Florida –buen mirador-, camino del sotabanco de un zapatero remendón que le arregla a uno los zapatos, cosa ésta de llevar los zapatos a que les pongan medias suelas, o tacones, que no es propia de gente paqueta “cool”. Uno no lo es, no es paquete “cool” y lo confiesa a los cuatro vientos y a son de trompeta.
De pronto, destacándose entre la gente que iba en dirección contraria a la de uno, venía un hombre muy bajo, de espaldas anchas como las que suelen tener algunos hombre bajos, a quienes pareciera que la Naturaleza hubiera querido compensar.
El transeúnte en cuestión era feo, la verdad. Tenía la cara ancha, la nariz roma, la mandíbula enorme y la boca muy grande, que mantenía entreabierta. Mascaba chicle, se las arreglaba para mascar chicle teniendo la boca semicerrada. La goma de mascar iba y venía de un lado a otro entre los dientes, grandes y amarillos.
El hombre bajo, que representaba poco más de 50 años, tenía ese desenfado, ese caminar seguro y ese aire un poco desafiante de muchos bajitos. La expresión de sus pequeños ojos oscuros era la de alguien que no hace mucho que se ha topado con la riqueza y, por tanto, con el poder, con una cierta cuota de poder, al menos.
Era la imagen viva de la pujanza y la potencia, casi de la prepotencia. Pasó al lado de uno rozándole. Si uno le hubiera estorbado en su caminar rápido y seguro, quizás le hubiera empujado.
El hombre bajo, de tez rosácea y pelo entrecano, iba vestido de cualquier manera, con un trajo pardo, barato y arrugado y no tenía, desde luego, el aire casual y distinguido de un “chargé d’affaires”, o el aspecto relajado de quien practica judo. No alcanzaba un nivel estético ni siquiera mediano en la escala de Mercalli.
Si es verdad que los hombres de menguada estatura tienden a sobrecompensar, éste sobrecompensaba a conciencia, dueño de sí mismo y Dios sabe de cuántas personas más. Caminaba a grandes trancos, manoteando, tan derecho que parecía incapaz de doblarse, y mucho menos aún de doblegarse. Daba la impresión de ser uno de esos hombres que le espetan a uno cada dos por tres:
“Yo siempre digo…”.
Hay hombres altos, delgados, apuestos, que van por la vida con sordina, con sus dudas, su esplín y su nostalgia, sin poder y sin gloria, diremos parafraseando el título de aquella novela de Graham Greene (1).
La pinta es lo de menos, decía una cancioncilla muy popular en los años 70. Es verdad. “La belleza es una carta de recomendación que de antemano gana los corazones”, dijo Schopenhauer (2). ¡Bah, cosas de filósofos!
Los versos de Joaquín Sabina (3):

La belleza es un rabo de nube
que sube de dos en dos las escaleras,
un carné exclusivo de socio
del pingüe negocio de la primavera…

(1) Escritor inglés, autor entre otras obras de la novela “El poder y la gloria”.
(2) Filósofo alemán que afirmó que sólo el arte supera parcialmente el dolor asociado con la carencia y el deseo.
(3) Cantautor español, buen poeta de lo callejero y popular.

© José Luis Alvarez Fermosel


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