miércoles, 9 de enero de 2008

Cabeza de Dalí

Vi a Dalí por primera vez en el café Varela de Madrid, cuando era un café de tertulianos y no un moderno y luminoso “restó”, como se dice ahora, al que iban poetas, pintores, actores y gente de la noche. Finalizaba la gloriosa década del 60.
Mi socio y entrañable amigo Fernando Montejano le estaba haciendo una entrevista, A su término, Dalí pidió un vaso de leche. Cuando se lo trajeron, lo tomó con gran cuidado, lo miró atentamente y acto seguido lo vació en el bolsillo superior de la chaqueta. La leche rebosó por todas partes, dejándole el consabido traje a rayas hecho un desastre.
Indiferente, intemporal, hierático, el gran pintor dio media vuelta con marcialidad militar y se fue, cabe suponer que a cambiarse de ropa.
Montejano me comentó que a Dalí le gustaba mucho el tango, y que se sabía de memoria las letras de algunos, entre ellos, “Barrio reo”, “Dandy” y “Rosa peregrina”. El pintor catalán Jordi Curós y el crítico Ignacio Gómez de Liaño, también español, lo confirmaron.
Estaban en España en esa época Agustín Irusta –un argentino de origen vasco-, el uruguayo mezcla de vasco y catalán Santiago Fugazot y el porteñísimo discípulo de Vicente Scaramuzza, Lucio Demare. Habían incursionado con éxito en el cine y en el mercado del disco.
Volví a ver a Salvador Dalí, muchos años después, en el bar del hotel Palace, también en Madrid. Había envejecido y tenia los bigotes más cortos. Llevaba un traje a rayas.
El genio me dijo textualmente: "Soy un pintor mediocre y un pésimo escritor: claro que el "divino Dalí" era mejor que nadie, ¡porque todos los pintores son, infinitamente malos, en comparación con los grandes maestros.! Reconozco que Velázquez es el monarca de espacio"
Después revelaría que "mis monstruos son un producto del exceso de la claridad mediterránea... El nombre de Salvador Dalí no está destinado mas que a salvar la pintura moderna de la pereza y el caos. Nadie puede esclarecer mi vida: ni siquiera Salvador Dalí, que acaba de escribir su "Diario de un Genio"; pero lo importante es que mi personalidad es cósmica".
A renglón seguido se estableció el siguiente diálogo surrealista, como no podía ser de otra manera:
-- ¿Por qué no me ha traído usted un cuerno de rinoceronte?
-- La verdad, maestro, es que se me ha olvidado; le pido mil perdones.
-- Está usted perdonado, jovencito, pero que no vuelva a ocurrir.
-- Le prometo que no volverá a pasar, querido maestro.
Dalí se levantó, terció su bastón, ganó a buen paso la puerta del hotel e inmediatamente se incorporó a la rutilante mañana de primavera, mientras yo pagaba la cuenta.
En esa oportunidad nadie bebió, ni se tiró leche encima.


© José Luis Alvarez Fermosel
Anterior:

4 comentarios:

Umma1 dijo...

Hay personajes surrealistas...
Me recordaste a Alfredo Moffatt, amigo de mi marido, al que encontramos una noche de verano, hace unos años, caminando por la Av. Boedo.
El venía comiendo una porción de pizza, comprada en una pizzería que por allí estaba... pizza extremadamente aceitosa por cierto.

Nos vemos, y para dejar las manos libres a fin de saludarnos, guardó la porción en el bolsillo de la camisa. Yo le miraba el pecho con una enorme escarapela de muzarela que crecía y crecía...

Él no se daba cuenta.

Saludos

Anónimo dijo...

¡Ay, Umma, unos dándose cuenta, otros sin dársela...! El caso es que no han faltado ni faltan locos divinos, locos diabólicos, locos surrealistas y despistados como ese amigo vuestro y como yo, que también me las traigo. Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Buena fotografia.

Anónimo dijo...

Gracias. Saludos.