jueves, 3 de enero de 2008

Cuestión de cariño

Una vieja copla gitana reza que el cariño verdadero no se compra ni se vende, como ya dijimos en otra oportunidad. Ese cariño campea hoy en día en la cocina, más que en cualquier otro lugar.
Estamos hartos de oir a los cocineros y cocineras (¡perdón, a los “chefs”!) que cocinar es fundamentalmente una cuestión de cariño y que ahí está la madre del cordero, por utilizar una expresión que nos parece que se ajusta más al tema culinario.
Cariño, caricias, mimos, amor… al soberbio pimiento rojo, a la anaranjada zanahoria, a la poderosa morcilla vasca e incluso al robusto pero insulso nabo, y conste que no queremos hacer ninguna alusión a nada ni a nadie.
Incluso se ve por televisión un anuncio en el que unas buenas gentes se disponen a dar cuenta de una parrillada, y una señora afirma con imperio que lo esencial para la cocina es el cariño.
Uno piensa que lo que hay que hacer en la cocina para que el condumio salga como tiene que salir, es mezclar apropiada y armoniosamente los ingredientes, tener cuidado con el fuego, dosificar las especias y alguna que otra cosa más que nada o muy poco tiene que ver con el cariño y sí con el buen saber hacer gastronómico.
Que a uno le guste cocinar, que lo haga con cuidado, con esmero, que piense en la satisfacción que le va a dar a su familia comer lo que uno ha preparado, es una cosa; derrochar cariño entre los peroles y las sartenes nos parece, cuando menos, exagerado.
Pero el cariño cocineril se ha convertido en un topicazo que resuena por todas partes como un toque de clarín. Hay que soportarlo porque es “cool”.
También dijimos en su momento que estos “chefs”… cariñosos y mediáticos dicen siempre, y machaconamente, agregar. No es porque no haya sinónimos de ese verbo, que los hay, entre ellos añadir, incorporar, echar y poner. Pero, claro, suena mucho más fino agregar.
Lo mismo pasa con el sofreír, saltear, saltar o dorar de toda la vida. Ahora se dice sellar, lo cual evoca cartas selladas con estampillas multicolores con retratos de personajes famosos o vistas de paisajes remotos y bellísimos; y trae también a nuestra memoria enigmáticas esquelas lacradas con gruesas sortijas de sello de metal noble.
A estas alturas, ya se habrán dado ustedes cuenta de que lo que a mí me pasa es que soy antiguo. Razón por la cual, gustándome la cocina como me gusta, guiso –como se dice en España- pero no "diseño", como se hace ahora, ni me preocupo demasiado de los "volúmenes" -¡jamás me gustó la Geometría!- y utilizo un cuenco y no un “bowl”, palabra inglesa que suele pronunciarse mal y cuyo plural se ha convertido en “bols” o “boles”. Y aquí es donde resisto como un bravo la tentación de hacer un juego de palabras…
Como hombre perteneciente a épocas remotas, para mí tal o cual vino le va bien a tal o cual guiso, lo que significa que estoy completamente “out”, porque ahora se habla del "maridaje" entre vinos y viandas en las casas, naturalmente en los medios audiovisuales y en el restaurante, que hoy es “restó” y en el cual se “realizan” ocasionalmente “eventos”.
Me resisto a ponerme idiomáticamente al día en la cocina y en otros lugares, así que en cualquier momento me colgarán la etiqueta de “friki” –que en realidad se escribe “freak” en inglés-.

Y "AINDA MAIS" ...


En otro orden, he escuchado hoy decir divisorio por divisible, volúmenes de libros por libros o volúmenes, mediatidad por mediación, o por medianía -¡vaya usted a saber!-, sedestación por sedentarismo, adoptabilidad por adopción, antecedencia por precedencia, encanallecidos por encanallados, desopilante por horripilante, incomunicabilidad por incomunicación, sincronía por sincronismo o sincronización y homólogos por homónimos.
No podían faltar dos clásicos: “como que” y “¡a ver!”.
Por hoy no está mal, ¿no?


© José Luis Alvarez Fermosel

4 comentarios:

Baakanit dijo...

Siempre he escuchado la frase "El amor entra por la cocina." Al cocinar hay más cuidado que cariño ya que si algo sale mal, se puede ocasionar un accidente o peor aun, tener que repetir todo el proceso.

Don José Luis lo felicito por su página, está muy bien redactada y está escrita con una voz muy amena, uno casi se lo imagina hablar.

Saludos

Anónimo dijo...

Tienes mucha razón en lo que dices con respecto a la cocina. Por otra parte, gracias por tu elogio. Gente que me conoce bien suele decir que hablo como escribo. A mí me parece que es lo normal: hablar como se escribe y escribir como se habla. Me llama la atención tu "nomme de plume". Bakanik -no Baakanit- era un bar del aristocrático barrio de Salamanca de Madrid que frecuentaban, precisamente, Agustín de Foxá y José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Querido Caballero Español: coincido con usted punto por punto. Yo estoy hasta la coronilla de escuchar el cariño, el amor, y el mimar cuando en realidad mezclan la preparación con una cuchara de madera. Me parece que lo que hay que tener es cuidado (en lugar de "mimo")para que, por ej., las lentejas no se rompan o se peguen. Le paso una más: oí a un conocido chef repetir varias veces "feminizar las cebollas" cuando les "agrega" algo especial (por ahí es un chorro de vino), o que "las papas se acaricien" cuando pone bastante a hervir juntas. Me parece de un amaneramiento rebuscado y tilingo. En fin, Sr. Fermosel, esperamos ansiosos en casa su vueta con Lanny el 28 y, mientras, me voy a comer "amorosamente" la picada que preparó mi mujer con "manos de seda". ¡No sabe la pinta que tiene! ¡Ah, yo abriré con mucho "mimo" un tinto de verdad. ¡Un gran abrazo, amigo! Juan Cabral (desde Mendoza)

Anónimo dijo...

¡Arriba, Juan, con ese tinto!¡Salud! Corren, por cierto, tiempos tilingos con horrendas combinaciones, como la grasa más el barniz de lo culturoso... y, eso, sí, el gran cariño y los muchos mimos que hay que prodigarles a las hortalizas, las legumbres, los pescados, las carnes... Un abrazo.