(Agustín de Foxá)
"El pianista ideal es el que quiere ser piano y la verdad es que todos los días me digo, al despertar: quiero ser el Steinway, no el ser humano que toca el Steinway, el Steinway mismo quiero ser". Esto decía Glenn Gould, el protagonista de la estupenda novela "El malogrado": de Thomas Bernhard.
Considerado como uno de los mejores pianos del mundo el Steinway vio la luz en Nueva York en 1853, en la modesta fábrica familiar Steinway & Sons. Entró en la vida musical con el pie derecho, puesto que en los tres primeros años se multiplicó por mil, es decir, que el negocio de Heinrich Engelhard Steinweg, alemán, ebanista desde los 22 años, aficionado a tocar el órgano, realizador de un piano en 1836, vendió un millar de estos instrumentos en los tres primeros años transcurridos desde que sacó el primero de ellos al mercado.
La emigración a los Estados Unidos de su segundo hijo, Carl, que huyó de las persecuciones políticas en Alemania después de la revolución de 1848, determinó que Heinrich -que luego sería Henry- le siguiera casi inmediatamente los pasos junto con su mujer y cuatro de sus seis hijos. Sólo el mayor, Theodor, se quedó en Alemania. Los ya Steinway -como comenzaron a llamarse desde que llegaron a Norteamérica- registraron 16 patentes entre 1857 y 1872. Antes de 1887 llegaron a 39.
El hoy denominado piano de las estrellas salía a espuertas de la fábrica de los emprendedores alemanes. Entre 1867 y 1879 compraron o recibieron pianos Steinway desde el sultán de Turquía hasta la reina de España. Un pianista mítico, Arthur Rubinstein dijo que el Steinway fue siempre para él un piano que "(...) hace cantar". Berlioz elogió su "espléndida y bella sonoridad". Wagner sostuvo que "una sonata de Beethoven o una fantasía de Bach sólo pueden ser plenamente apreciadas en uno de estos maravillosos pianos".
El prestigio de los Steinway trajo consigo la rivalidad y la competencia. Firmas como Stannay, Stanley o Steimmetz aparecieron en seguida. Pero la calidad se impuso y los Steinway resultaron indemnes de los embates de los sucedáneos.
En nuestros días, y tras haber estado por poco tiempo en poder de la CBS, esos pianos con alcurnia, espléndida combinación de artesanía y tecnología han sido relanzados por un particular norteamericano.
Steinway & Sons lleva fabricados más 563.000 pianos en las plantas de Manhattan (Nueva York, Estados Unidos) y Hamburgo (Alemania). Hay un banco de pianos que cuenta con más de 300, por un valor total de más de 15 millones de dólares. Más de 15.000 concertistas utilizan esta marca, que se asocia con toda justicia a la más alta calidad.
"El pianista ideal es el que quiere ser piano y la verdad es que todos los días me digo, al despertar: quiero ser el Steinway, no el ser humano que toca el Steinway, el Steinway mismo quiero ser". Esto decía Glenn Gould, el protagonista de la estupenda novela "El malogrado": de Thomas Bernhard.
Considerado como uno de los mejores pianos del mundo el Steinway vio la luz en Nueva York en 1853, en la modesta fábrica familiar Steinway & Sons. Entró en la vida musical con el pie derecho, puesto que en los tres primeros años se multiplicó por mil, es decir, que el negocio de Heinrich Engelhard Steinweg, alemán, ebanista desde los 22 años, aficionado a tocar el órgano, realizador de un piano en 1836, vendió un millar de estos instrumentos en los tres primeros años transcurridos desde que sacó el primero de ellos al mercado.
La emigración a los Estados Unidos de su segundo hijo, Carl, que huyó de las persecuciones políticas en Alemania después de la revolución de 1848, determinó que Heinrich -que luego sería Henry- le siguiera casi inmediatamente los pasos junto con su mujer y cuatro de sus seis hijos. Sólo el mayor, Theodor, se quedó en Alemania. Los ya Steinway -como comenzaron a llamarse desde que llegaron a Norteamérica- registraron 16 patentes entre 1857 y 1872. Antes de 1887 llegaron a 39.
El hoy denominado piano de las estrellas salía a espuertas de la fábrica de los emprendedores alemanes. Entre 1867 y 1879 compraron o recibieron pianos Steinway desde el sultán de Turquía hasta la reina de España. Un pianista mítico, Arthur Rubinstein dijo que el Steinway fue siempre para él un piano que "(...) hace cantar". Berlioz elogió su "espléndida y bella sonoridad". Wagner sostuvo que "una sonata de Beethoven o una fantasía de Bach sólo pueden ser plenamente apreciadas en uno de estos maravillosos pianos".
El prestigio de los Steinway trajo consigo la rivalidad y la competencia. Firmas como Stannay, Stanley o Steimmetz aparecieron en seguida. Pero la calidad se impuso y los Steinway resultaron indemnes de los embates de los sucedáneos.
En nuestros días, y tras haber estado por poco tiempo en poder de la CBS, esos pianos con alcurnia, espléndida combinación de artesanía y tecnología han sido relanzados por un particular norteamericano.
Steinway & Sons lleva fabricados más 563.000 pianos en las plantas de Manhattan (Nueva York, Estados Unidos) y Hamburgo (Alemania). Hay un banco de pianos que cuenta con más de 300, por un valor total de más de 15 millones de dólares. Más de 15.000 concertistas utilizan esta marca, que se asocia con toda justicia a la más alta calidad.
© José Luis Alvarez Fermosel
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