domingo, 13 de enero de 2008

El macho posmo y el clima


¡Con este calor…!

El macho posmo sufre mucho el calor. Apenas la columna de mercurio de los termómetros pasa de los 30 grados, el macho posmo se aletarga como esas lagartijas que se ven en los pueblos pegadas a las piedras, tan inmóviles que parecen incrustadas en ellas.
Dice que no tiene ganas de nada -¡como si las tuviera cuando no hace calor!-, que está aplanado, que no puede hacer otra cosa que estar tendido el día entero en la cama bajo un ventilador de paletas, o con el aire acondicionado al máximo. (Claro, luego se resfría y se queja de lo incómodos que son los catarros de verano, y en eso tiene razón.)
Al macho posmo le falta voluntad en verano incluso para llamar por teléfono (celular, “of course”) a su amigo del alma El Simio, que le dijo el otro día que tenía entradas para un concierto de Los Incólumes Guarros en un “chill out” (1) de Palermo Soho.
Quizás a la caída de la tarde, si refresca, el macho posmo saque fuerzas de flaqueza y así como está, con camiseta, bermudas y ojotas se vaya a un cyber –porque pá y má no le dejan usar más la computadora de la familia-, a chatear un rato con Reme (Remedios), que le hace mimitos por Internet.
Si el calor postra al macho posmo, el invierno lo congela. Se pasa los días envuelto en unas pesadas hopalandas de lana tejida, le castañetean los dientes, le duelen los dedos de los pies y de las manos y se le ponen las sienes moraítas de martirio –como a La Lirio de aquella canción andaluza-.
Así que en verano por el calor y en invierno por el frío, el macho posmo sestea y no se anima a desplegar actividad alguna.
En primavera y otoño, cuando no hace frío ni calor, el macho pormo cuenta y recuenta las bolitas de cristal de su colección, pule los aros que lleva en las orejas, ordena el anaquel donde alinea sus ositos de peluche y luego se va a casa de su amigo El Topo y juega con él en la “play station” (2).
Por la noche, el macho pormo –que es noctívago total- sale a juntarse en una disco con sus amigos, con los que permanece hasta las siete o las ocho de la mañana, hora en la que se va a dormir.
Algunos machos posmo trabajan desganadamente en algún negocio de venta de teléfonos celulares, o de “compact discs”, justo es reconocerlo.
Los celulares son la pasión del macho posmo. No es que viva con ellos. Vive por y para ellos.
A la pregunta de qué haría el macho posmo sin teléfono móvil uno de ellos dio la siguiente (aterradora) respuesta: “No podría vivir, no concibo la vida sin celular”.
La imagen de un macho posmo limpiando amorosamente la pantallita de su teléfono en un espacio, ese lugar neutro, minimalista, que eligen para reunirse, es ya un clásico.
El uso y abuso de los teclados de los teléfonos móviles o videoconsolas está causando una mutación física en los pulgares de los usuarios comprendidos entre los 14 y los 40 años, convirtiéndolos en los dedos más ágiles y musculosos de los que se tiene noticia desde la aparición del hombre sobre la tierra. Esto no lo digo yo, lo dice un concienzudo y detallado estudio de la universidad británica de Warwick.
Los machos posmo japoneses se autodescriben como “oya yubi sedai”: la tribu del pulgar.
A medida que este dedo vaya adquiriendo mayor destreza y llegue a tener el tamaño de una pequeña pala, la generación de nuestros nietos podrá utilizarlo como paleta para jugar al ping pong, o para acusarse mutuamente en el Parlamento y los médicos para hacer tactos más exhaustivos.
No hay mal que por bien no venga.

(1) Ambiente aparte en las discotecas o clubes, diseñado para distenderse después del estruendo. Se ha convertido en una expresión que define todo género musical que tire a relajante, incluído el “trip hop”.
(2) La consola por antonomasia. Un aparato que se conecta al televisor y ofrece videojuegos en pantalla. Incluye un mando por cable lleno de pulsadores. Crea adicción.


© José Luis Alvarez Fermosel

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cuánta razón tenés, Caballero! Cuando hace calor, está volteado. Lo malo que, como el tema de Vivaldi, las 4 estaciones le vienen mal. Pero te cuento algo: mi hijo tiene casi... 43 años. Hasta me da verguenza decirlo.¿Sabés por lo que le dió? ¡Por la pesca! Esto no tendría nada malo. El problema es que lo único que le gusta es tener la caña porque si tiene que colocar el anzuelo le "da cosa" (sic) y no te cuento si tiene que retirar al pescadito: se horroriza y le "da asco" (sic). Lo mejor de todo es que el pescado tampoco lo come pero me dice que estar esperando a que muerda el anzuelo, o sea, sostener la caña lo desestreza. El 28 voy a estar en la primera fila escuchándote por la radio. Alejandro (Santa Rosa)

Anónimo dijo...

Alejandro: Efectivamente, el macho posmo parece moverse al ritmo de Vivaldi, pero "al ralenti". Vivaldi era vivaz. La historia que me cuentas de tu "adultescente" es preciosa.Si me animara, te pediría autorización para contarla -naturalmente, disfrazada- por la radio. Procuraré merecer tus aplausos desde la fila cero. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Estimadísimo Caballero Español: No sólo no tenés que pedirme permiso para contar lo que te relaté sobre mi hijo sino que tenés mi bendición. Estoy tratando de digerir lo que me sucede pero cada vez lo estoy llevando peor. Pero pongo cara, que no me falta, porque mi mujer está fatal. No lo aguanta más. Nosotros lo tuvimos muy jóvenes (los dos teníamos 19 años) y jamás creímos que nos saldría un crío tan estúpido. Te aseguto que irrita y mucho. Más aún, cuando a esa edad, nosotros nos hacíamos cargo de nuestros mayores y sin que nos lo pidieran. No necesitás autorización y no disfracés nada. ¡Qué leches! (¿Ves que me acuerdo de tus expresiones?). Adelante, José Luis, a lo mejor resulta bueno que se insista sobre este tema que si bien uno lo lleva o trata de llevarlo con buen tono, no es gracioso. Un gran abrazo. Alejandro (Santa Rosa)

Anónimo dijo...

Estimadísimo Alejandro: Muchas gracias por tu bendición y tu permiso para aventar tu estado de desesperación tranquila y el de tu mujer, mejor dicho la causa del estado en cuestión. Paciencia extrema, ¡qué leches! Un abrazo. José Luis.