¡Olvídalo!
—¿El día que no ha llegado?
¡No le temas!
¡Amigo!
No tortures el corazón
en la expectativa del día por nacer,
no quieras vivir
lo que todavía no sucedió,
y no busques lamentar
el día que ya se fue.
Sosiega,
y no corrompas la vida
con temores y quimeras.
Entre los pliegues del pasado
y el dintel del porvenir,
en esa maraña de creencias,
en medio de los engaños del mundo
y los terrores del más allá,
mantente libre
y sé feliz.
© Omar Khayyam
Omar Khayyam, o Khaiame, Kheyyám, Jayyam o de otra manera, nació en 1040 en Nisapur, en la antigua Persia. Fue un poeta excelso, vital por sobre todas las cosas, amante de la naturaleza, el vino, las mujeres, las flores, los niños, los pájaros...
Se calcula que murió en su ciudad natal a los 85 años, lúcido y sabio.
Fue también matemático, físico, astrónomo y filósofo. Vivió atribulado por la incógnita del ser.
Se refugiaba a veces en la taberna, donde el vino color rubí quizás consiguiera hacerle sentir menos apretado el dogal con que le apretaba la estolidez de los contemporáneos.
Así nacieron, probablemente, las rubaiatas –rubaía en singular-, concisas composiciones sentenciosas pero impregnadas de una sutil poesía sobre la brevedad de la vida y el destino humano, pero en clave optimista: deslumbrantes acuarelas de naturaleza, ardientes efusiones de amor, sabiduría auténtica totalmente desprovista de solemnidad, fatuidad y yoísmo. Corrían épocas con más vigor intelectual y físico que “glamour” y la moda era esquemática.
La rubaía 22, reproducida en persa sobre estas líneas, está incluída en una excelente edición de “Las rubaiatas”, traducida y prologada por el portugués Cristovam de Camargo.
La editorial Losada dio a la luz esta edición, incorporada a la Biblioteca Clásica y Contemporánea.
El diario La Nación de Buenos Aires dijo: “Camargo renunció a una traducción que siguiera la estructura rimada del original, a favor de un texto muy ajustado al pensamiento de Khayyam y su riqueza de expresión lírica. Este propósito derivó en un material de intensa belleza”.
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