jueves, 17 de enero de 2008

Estación, trenes, vaivenes...

El tiempo se ha precipitado en medidas confusas. Es ésta una hora crepuscular de imprecisa definición.
Definirse, reconocerse, proclamarse… Uno ha pasado el “mezzo” del camino y ha perdido varios trenes. Ahora está aquí, en una estación tan sórdida como cualquier otra, con flujo y reflujo de gente que va y viene.
El pitido de un tren, infinitamente melancólico, tensará en cualquier momento los nervios de la noche. El tren se irá y uno se quedará, volverá a quedarse. De momento, en un andén de una estación de ferrocarril, bajo una gran claraboya cruzada por hierros oxidados que apenas filtra la amarilla y sucia luz de una noche barata.
O no. Uno se irá otra vez. Uno quiere irse. Sí, ¿por qué no? Otro viaje. Más aventuras. Otro amor…
("¿Dónde vas tú, sentimental catás­trofe, roto soneto, galgo pasante por tu borrado escudo? ¿Dónde vas tú, si el capitán te mató a la puerta de tu casa?".)
Mejor, uno se queda, después de todo. Uno se ha pasado la vida yendo y viniendo, ganando y per­diendo (sobre todo, perdiendo). Ahora, uno está, cansado. Precisa­mente ahora, cuando uno ya sabe vi­vir, lo que le ha costado a uno toda una vida. ¡Es para morirse!
En la estación huele a moho, a amoniaco, a gasoil. Los andenes es­tán sucios. En la sala de espera, un anciano, un matrimonio maduro, un estudiante, una madre joven con una niña rubia.
Se apelotona la gente en la cafetería y resuenan voces por en­cima del tintineo de copas y cubier­tos. Alguien chilla. Una locomotora deja escapar vapor a presión.
Hombres, mujeres y niños con su alegría y su tristeza, sus ilusiones y su desesperanza en sus pe­tates rodantes. Se entrecruzan pasados y destinos.
“¡Al tren!”, grita una voz oscura.
Uno está en una estación de ferrocarril. Es tarde.



© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Baakanit dijo...

Increíble como el azar toma parte en esta travesía en la que los rieles se bifurcan y nos llevan a lugares nunca antes pensados. Nos detenemos en alguna estación y luego nos golpeamos el pecho porque nunca sabremos como habría sido el viaje si nos hubiesemos desmontados en la estación anterior. Así es la vida.

Lo dejo, tengo que abordar el tren que desde hace rato está silbando.

Anónimo dijo...

Gracias por tu comentario y no sea que pierdas el tren. Un abrazo.