viernes, 4 de mayo de 2012

La Casa de las Siete Chimeneas


La geografía, -o la topografía, si se prefiere-, la historia, el paisaje, las tradiciones, las leyendas nada pueden contra las crisis económico financieras de los países, que de vez en cuando desencadenan determinados “hombres de negocios”, apañados por determinados bancos y determinadas empresas protegidas por determinados gobiernos.
Reconforta, sin embargo, pasear por el Madrid de los Austrias, o de los Borbones, o por el mismo Madrid del centro, donde está la Casa de las Siete Chimeneas (foto), sede actual del Ministerio de Cultura de España y declarada Monumento Histórico Artístico en 1948.
La casa está en el número uno de la Plaza del Rey y se llama así por los siete respiraderos que todavía se ven en el tejado. En ella residieron los embajadores de Nápoles, Francia y Austria y la viuda del general Lacy, héroe de la batalla que los españoles libraron contra las huestes invasoras de Napoleón Bonaparte en Bailén (Jaén, Andalucía, sur de España) y en la que combatió, como integrante entonces del ejército de España, el argentino José de San Martín, posteriormente libertador de su patria.
Uno de los inquilinos más conspicuos de la Casa de las Siete Chimeneas fue el marqués de Esquilache, ministro (italiano) de Hacienda de Carlos III que provocó un motín por sus erradas medidas económicas (en todos los tiempos se cuecen habas, cabría decir) y su intención de cambiar costumbres y modas muy arraigadas en el pueblo madrileño.

La leyenda de la dama de blanco

El edificio, tipo mansión urbana, de planta rectangular, dos pisos y un tejado a cuatro aguas, rematado por las siete chimeneas que le dieron su nombre, fue  construido por Antonio Sillero –a quien se debe también el convento de las Descalzas Reales- y reformado por otros arquitectos de la época.
Iba a ser la vivienda de un capitán de la aristocrática familia Zapata y una dama de la corte, Isabel Ledesma, hija de Pedro Ledesma, montero del rey.
La pareja contrajo matrimonio y pasó a ocupar la mansión, pero el marido tuvo que irse al poco tiempo a Flandes, donde los tercios españoles luchaban contra los flamecos y murió en combate.
La viuda no tardó en seguir a su esposo. Siempre se dijo que era amante de Felipe II; para algunos se suicidó, agobiada por los remordimientos; son más quienes sostienen hasta hoy que la mandó matar el propio monarca, que no era así como precisamente poseedor de muchos escrúpulos
El caso es que, como era de esperar, surgió la leyenda, según la cual se veía de vez en cuando a una mujer vestida de blanco, con una antorcha en la mano, caminando por el tejado de la casa, entre las siete chimeneas. Luego se arrodillaba, se golpeaba el pecho y se santiguaba.
Cuando a finales del siglo XIX se instaló el Banco de Castilla en la Casa de las Siete Chimeneas, se hallaron en el sótano monedas de la época de Felipe II y el esqueleto de una mujer.   

© José Luis Alvarez Fermosel

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