lunes, 14 de mayo de 2012

Jardines de Madrid


Madrid está lleno de parques y jardines. A mí, como a Máximo (1), me aseguraron  que en Madrid hay más árboles que habitantes.
En los parques de la villa del Oso y del Madroño, además de ardillas, como las de la Casa de Campo, se puede encontrar de todo menos osos y madroños. Evidentemente, madroños no hay para evitar la cacofonía Madrid-Madroño, como dice Máximo, pues nadie, que se sepa, ha visto nunca un madroño en Madrid.
En cuanto a los osos -exceptuados los del zoológico- el único fichado es de bronce y además alemán: habitante heráldico y consular del Parque de  Berlín.
Mi jardín favorito es el Campo del Moro, al que solía ir de niño con mi padre, cuando salía de la Real Fábrica de Tapices, de la que él era director artístico y a la que me llevaba alguna vez. (¡El placer de estar con tu padre en su lugar de trabajo...!)

El Madrid de los Borbones

Nos sentábamos de cara a un horizonte de árboles oscurecidos por el crepúsculo. Cerca, la calle Mayor en su descenso hacia el río Manzanares por la cuesta de la Vega.
El Madrid de los Borbones o neoclásico es obra de los arquitectos Sabatini, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva, también autores del Palacio de Oriente, los jardines de la Casa de Campo, el Museo del Prado, el Casón del Buen Retiro y el Palacio de Villahermosa.
El tiempo parecía detenerse. Olía a hierba fresca y a ozono. Apenas llegaba el ruido del tráfico de la Cuesta de San Vicente. Ni mi padre ni yo hablábamos. Estábamos juntos, muy cerca el uno del otro. A veces, una ligera bruma descendía y difuminaba el paisaje, que se tornaba fantasmal.
Tardes tranquilas, silenciosas, en el Campo del Moro, cerca del Palacio Real y de la Catedral de la Almudena. Su recuerdo me asalta con frecuencia y vuelvo a sentir ese silencio terso, sólo quebrado intermitentemente por el canto de un pájaro solitario. Y me parece aspirar el aroma del césped mojado y gustar el  sabor ligeramente picante de la neblina.

Una perspectiva arrebatadora

Si uno se asoma al Campo del Moro por la puerta que da a la Vírgen del Puerto, puede caer fulminado por la estética. La panorámica del Palacio, tras la vaguada esmeralda del Campo del Moro, es una perspectiva arrebatadora de esta ciudad de rara tradición en la que confluyen, entre otras cosas, el chotis escocés, el bombín inglés, los pinchos morunos y los mantones de Manila.
El Parque del Oeste se prolonga Manzanares arriba: el "aprendiz de río" que ya llegó a río y sigue hacia el monte del Pardo, donde los gamos triscan entre la fronda.
Esos y otros parques y jardines constituyen el pulmón verde de Madrid. Se los cuida con esmero. Es, mejor dicho, era muy raro ver en El Retiro, o en el Jardín Botánico, un papel tirado en el césped, o una lata de sardinas oxidada al pie de un árbol.
Costumbres de ayer -como la de ir de excursión los domingos por la mañana a la Dehesa de la Villa, o a Puerta de Hierro- coexisten con otras actuales. Se conserva lo castizo y tradicional y se acepta lo nuevo. El Arco del Triunfo de la calle de Alcalá simboliza el ayer de Madrid. El faro de la Moncloa representa el Madrid de hoy.
La Puerta de Hierro nunca fue una entrada a Madrid. Era parte de una cerca que se levantó para separar El Pardo de unas tierras cuyos vecinos se quejaban de los daños que causaban los animales de ese monte en sus propiedades.
Luego el militar y político argentino Juan Domingo Perón, que fue tres veces presidente de su país, popularizó los pagos de Puerta de Hierro, pues allí vivió muchos años durante su asilo en Madrid.

(1) Columnista y dibujante de la prensa madrileña.

© José Luis Alvarez Fermosel

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