domingo, 19 de octubre de 2008

Puñetazos de película

Si es verdad que a golpes se hacen los hombres, yo debo estar muy hecho, porque me han dado más que al tío de la lista, que no sé quién era pero que, evidentemente, tenía una lista o figuraba en una lista y le pegaban todos para quitarle la lista, o que dejara de estar en ella. Por pegar, le pegaban hasta al pobre César Vallejo, que escribía unos versos preciosos. Le daban duro con un palo y duro, y también con una soga, según contó él mismo con metro y rima.
Yo no me he quedado corto y he dado lo mío y lo del vecino. Por eso tengo tantas cicatrices en la cara como en los nudillos de ambas manos. De ahí, seguramente, que no tenga nada de particular que me hayan gustado siem­pre las películas de puñetazos, o los puñetazos de película, que hay que ver lo hermosos que son.
Algunos son inolvidables, como el de Dana Andrews a Vincent Price en “Laura”: un gancho largo al estómago que proyectaba al bueno de Vincent Price -que siempre hacía de malo- de un extremo de una habitación al otro sin derribarlo, sólo haciéndole retroceder, trastabillando.
Más o menos de aquella época es la pelea entre Tyrone Power y George Sanders -ambos muer­tos en España: Power de un infarto y Sanders por su mano- en “El hijo de la furia”.
La película empieza con una paliza de George San­ders a Tyrone Power que despierta el deseo de que llegue pronto el des­quite y, con él, el desahogo: un desahogo -como dice el cronis­ta de cine español Ángel Fernán­dez Santos- más que cainita y blasfemo que por caminos tortuosos lleva a la misma libera­ción íntima que transitábamos amablemente por las rectilíneas llanuras de la moral fordiana (de John Ford).
Otra pelea memorable es la de John Wayne y Víctor McLaglen en “El hombre tranquilo”, precisamente de John Ford. Una pelea como para no olvidar por sus connotaciones casi versallescas y que, además, tiene unos magníficos toques de humor.
Más o menos como ella, y casi con características de rito, es la de John Wayne -otra vez- contra Lee Marvin en “La taberna del irlandés”, con Joseph Calleia echando su cuarto a espadas, es decir, su directo de izquierda; y todos bajo el sol fulgurante del trópico.
También esa zarabanda a pura hostia, como la de “El hom­bre tranquilo”, era delicuescente­mente paradójica y consti­tuía un monumento a la amistad y al humor erigido a puñe­tazo limpio.
Una metáfora de los años 80, signada por la violencia, fue “El especialista”, de Richard Rush. Hasta el siempre flemático –como buen inglés- Anthony Hopkins se desató en “El hombre elefante” y repartió algunos castañazos.
Hubo muchos enfrentamientos a golpes en el cine que fueron violentos pero caballerescos, porque el vencedor no se cebaba con el vencido sino que se limitaba a dejarlo “grogy”, ni siquiera fuera de combate y le tendía una mano para ayudarle a levantarse. Burt Lancaster, que tantos puñetazos propinó antes de convertirse en un excelente actor, lo hace así con Paul Henreid en “Soga de arena”, película en la que Corinne Calvet resplandecía en el apogeo de su juventud y su belleza.
¡Y qué decir de aquel otro espectacular enfrentamiento entre Spencer Tracy y Ernest Borgnine en “La conspiración del silencio”! Tracy utilizaba el judo, mu­cho antes de que las artes marcia­les se pusieran de moda también en el cine.
Hablando de Spencer Tracy, ¿recuerdan su “jab” de izquierda a James Stewart en “Malaca”?
A veces uno se identificaba con el vencido y no con el vencedor, que asumía el papel de un augusto sa­lido de madre, mientras que el vencido se asemejaba a una suer­te de “clown” dramático que enca­jaba las bofetadas. Marlon Brando fue siempre el campeón de esa especie, a partir de las tundas que le dieron en “Ni­do de ratas” y “La jauría humana”.
Dentro del ingenuo maniqueísmo de aquellas inefables “superproducciones” , que tan bue­nos ratos nos hicieron pasar de chicos en la entrañable penumbra del “biógrafo”, se inscriben confrontaciones masivas en los “saloons” del viejo Oeste americano, en cafetines de puer­to o en inmensos “lofts” -que en­tonces no se llamaban así- extramuros de la ciudad, a pleno sol, bajo la lluvia o incluso en asépticas oficinas en rascacielos altísimos de cemento y cristal, como en “Duro de matar”, protagonizada por Bruce Willis.
El “match” entre Alan Ladd y Ben Johnson en “Shane”, el de Sterling Hayden y Ernest Borgnine en “Johnny Guitar”.
La participación del bailarín gay –que luego resulta que no es gay-, codo con codo con Gregory Peck, en una zarabanda descomunal con gángsters en un elegante departamento de la avenida Madison de Nueva York en “Mi desconfiada esposa”.
Gary Cooper y Lloyd Bridges luchaban a brazo partido en un establo en “La ho­ra señalada”…
Todas esas peleas fueron la expresión de una de las virtudes más típicas del cine desde que existe: convertir lo bárbaro en ci­vilizado... ¡a puñetazo limpio!

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Sesión contínua”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/sesin-contnua.html)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Caballero! Vos sabés lo que me recuerdo aún hoy? Cuado hacías (a veces con el Chango Torres) por radio Continental las frases de películas. Además, que buen ojo tenías para elegirlas porque eran fabulosas. Te felicito por el post y estoy siempre leyéndote. Un abrazo. Aníbal (Almagro)

Anónimo dijo...

¡Cuántas notas hermosas! Lo felicito por su buen gusto y su manera de escribir. Muchos cariños. margarita.

Anónimo dijo...

Querido Aníbal: ¡qué buena memoria! La sección, por así llamarla, creo que empezaba con aquello que le decía Yvonne de Carlo a Rod Cameron: "¡Bésame otra vez, forastero!". Muchas gracias por tu fidelidad, tu recuerdo y tus elogios, tan estimulantes. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Querida Margarita: muchas gracias por tu felicitación. Yo también te mando muchos cariños.