Aprendía yo a escribir a máquina al tacto en la Academia Caballero de Madrid, que si mal no recuerdo estaba en la calle de Fuencarral, no lejos del gimnasio Juventud, donde me inicié en el boxeo. Nunca pude escribir a máquina al tacto, ni con más de dos dedos de la mano derecha y uno de la izquierda. Me fue mucho mejor con el pugilismo.
Recuerdo, a pesar de los años que han pasado, que una señora nos dictaba por micrófono en la clase de mecanografía textos aburridísimos con una voz muy monótona. El protagonista era siempre un tal legista Méndez, cuya vida y milagros eran tan tediosos como la señora que hablaba de una y otros.
Nunca hubiera imaginado entonces que, mucho tiempo después, otro Méndez iba a alegrarme la vida con sus andanzas, mucho más vitales que las de su tocayo: el inspector Méndez, protagonista de varios novelas del escritor Francisco González Ledesma, catalán de Barcelona.
Que conste en acta, pues: mis sueños de joven apenas salido de la adolescencia, o parte de ellos, al menos, se enmarcaron en la más pura ortodoxia de la justicia, personificada por el legista Méndez y el policía de su mismo nombre, que recorría melancólicamente las calles de una Barcelona gris, difuminada en el recuerdo, buscando malhechores.
Méndez, el policía, para que negarlo, era un poco cabroncete. Del otro no supe nunca nada. Utilicé su nombre, precedido del pomposo
y abstracto título de legista, y relacionado con algún disparate de mi invención, en varios de mis entremeses radiofónicos, mucho más cerca en el tiempo.
González Ledesma me cayó siempre bien, sin que llegara a conocerle personalmente. Me gustaba por su manera de escribir y porque era, y es, pues que vive en plena agerasia a los 82 años, periodista y un gran lector, como yo.
Sino que mucho mejor como escritor, aunque no sé si más lector pero intuyo que sí, habida cuenta de la diferencia de edad que nos separa. Lógicamente, él ha tenido más tiempo.
Hablando de lecturas, tengo en mi mesa de trabajo el tomo 11 de la colección de relatos Testimonio (Ayer, hoy y mañana en la historia), de la vieja y entrañable Editorial Bruguera, que tenía su sede central en la calle Mora la Nueva 2, de Barcelona.
Pues bien, uno de esos relatos, el quinto, para ser exactos, titulado La Gran Aventura (epopeya del Lejano Oeste) es obra de Francisco González Ledesma. El tema me apasionó siempre y yo también escribí un ensayo histórico sobre el amplio y fascinante escenario de las aventuras de Buffalo Bill, Wyatt Earp, los hermanos James y Calamity Jane.
Hoy, sábado, que escribo estas líneas, mi amiga Àngels –catalana como González Ledesma, apasionada como él por la lectura, y también por la buena cocina-, me manda un artículo del gran escritor publicado en el diario El País de Madrid, que puede leerse pinchando al pie de este post en Nota relacionada.
González Ledesma, que firmó alguna de sus obras con el seudónimo de Silver Kane, amante de los libros, los cafés, las redacciones y las señoritas de la calle, merecidamente laureado con varios premios, viene otra vez a mi memoria del bracete de Àngels por la vía de neón azul de la Internet.
Benditas sean, mi amiga y la Internet.
Recuerdo, a pesar de los años que han pasado, que una señora nos dictaba por micrófono en la clase de mecanografía textos aburridísimos con una voz muy monótona. El protagonista era siempre un tal legista Méndez, cuya vida y milagros eran tan tediosos como la señora que hablaba de una y otros.
Nunca hubiera imaginado entonces que, mucho tiempo después, otro Méndez iba a alegrarme la vida con sus andanzas, mucho más vitales que las de su tocayo: el inspector Méndez, protagonista de varios novelas del escritor Francisco González Ledesma, catalán de Barcelona.
Que conste en acta, pues: mis sueños de joven apenas salido de la adolescencia, o parte de ellos, al menos, se enmarcaron en la más pura ortodoxia de la justicia, personificada por el legista Méndez y el policía de su mismo nombre, que recorría melancólicamente las calles de una Barcelona gris, difuminada en el recuerdo, buscando malhechores.
Méndez, el policía, para que negarlo, era un poco cabroncete. Del otro no supe nunca nada. Utilicé su nombre, precedido del pomposo
y abstracto título de legista, y relacionado con algún disparate de mi invención, en varios de mis entremeses radiofónicos, mucho más cerca en el tiempo.
González Ledesma me cayó siempre bien, sin que llegara a conocerle personalmente. Me gustaba por su manera de escribir y porque era, y es, pues que vive en plena agerasia a los 82 años, periodista y un gran lector, como yo.
Sino que mucho mejor como escritor, aunque no sé si más lector pero intuyo que sí, habida cuenta de la diferencia de edad que nos separa. Lógicamente, él ha tenido más tiempo.
Hablando de lecturas, tengo en mi mesa de trabajo el tomo 11 de la colección de relatos Testimonio (Ayer, hoy y mañana en la historia), de la vieja y entrañable Editorial Bruguera, que tenía su sede central en la calle Mora la Nueva 2, de Barcelona.
Pues bien, uno de esos relatos, el quinto, para ser exactos, titulado La Gran Aventura (epopeya del Lejano Oeste) es obra de Francisco González Ledesma. El tema me apasionó siempre y yo también escribí un ensayo histórico sobre el amplio y fascinante escenario de las aventuras de Buffalo Bill, Wyatt Earp, los hermanos James y Calamity Jane.
Hoy, sábado, que escribo estas líneas, mi amiga Àngels –catalana como González Ledesma, apasionada como él por la lectura, y también por la buena cocina-, me manda un artículo del gran escritor publicado en el diario El País de Madrid, que puede leerse pinchando al pie de este post en Nota relacionada.
González Ledesma, que firmó alguna de sus obras con el seudónimo de Silver Kane, amante de los libros, los cafés, las redacciones y las señoritas de la calle, merecidamente laureado con varios premios, viene otra vez a mi memoria del bracete de Àngels por la vía de neón azul de la Internet.
Benditas sean, mi amiga y la Internet.
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
“El hombre que amaba los libros”
(http://www.elpais.com/articulo/cataluna/hombre/amaba/libros/elpepiespcat/20081025elpcat_4/Tes)
“El hombre que amaba los libros”
(http://www.elpais.com/articulo/cataluna/hombre/amaba/libros/elpepiespcat/20081025elpcat_4/Tes)
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